Bailar con la más fea.
Authored by Jorge CarriganPara más información y poder comprar el libro vaya al siguiente enlace. LIBRO
Foto 2: Peggy Guilpin, junto a un querido amigo, Enrique Pineda Barnet, el doctor Pérez Mesa y este cronista, en una celebración posterior a la exhibición de La anunciación.
EN LOS FOROS
por Manolo García-Oliva
Concluyó de forma exitosa la edición número once del Havana Film Festival de Nueva York, con la paticipación de unos 40 filmes . Excelente muestra de buen cine que tuvo su pase en las pantallas de los cines New York Director’s Guild y Quad Cinema, del área metropolitana.
De estos 40 títulos reseñaremos tres, los cuales a nuestro juicio consideramos los más relevántes de este festival.
En dicha muestra se rindió tributo a un director emblemático e indispensáble de la cinematografía cubana: Enríque Pineda Barnet, cuyas aclamadas películas Giselle y La bella del Alhambra, se exhibieron en una retrospective, así como su último largo metraje titulado La anunciación . En este ultimo, el realizador nos presenta el crudo tema de la separación familiar cubana y donde Amalia, una anciana espiritista recién acabada de enviudar, decide con la anúnciada visita de su hija Margarita, una arquitecta que vive en Estados Unidos, dar a conocer el testamento moral de su recién fallecido esposo, ante tres integrantes más del clan familiar: sus hijos Ricardo, un ingeniero revolucionario y Mayito, bohemio, músico y poeta, así como Cristóbal, su nieto de 10 años además de complice en este complicado rompecabezas familiar
Este reencuentro sirve para poner las cartas sobre la mesa, y después de las recriminaciones iniciáles, La anunciación enfoca su principal objetivo: la lectura del testamento, el cual ha sido alterado por esta fiel creyente, con la ayuda de su nieto, quien a su vez se revela a leer el documento falso dejado por el finado, leyendo el verdadero y descubriendo así toda la verdad.
La anunciación es un filme lleno de mágia, ternura, amor y desamor, reproches, calidad humana y realismo como el que nos ofrecieron en el pasado los grandes maestros del cinema europeo. También no debemos pasar por alto las excelentes actuaciones de Verónica Lynn, la vidente; Héctor Noas, el revolucionario; Broselianda Hernández, la hermana; Ismael de Diego, el joven poeta y Roberto Díaz, el nieto. Todos juntos al maestro Pineda Barnet y las sabias palabras del padre en su testamento (“Ojalá que estén verdaderamente juntos, cuando lean esta carta. Ámense por encima de todas la diferencias, que no hay mayor amparo que nosotros mísmos”), hacen de esta cinta ya un clásico actual del cine cubano.
El premio flaco, es el segundo filme en cuestión, basado en la obra teatral homónima de Héctor Quintero, que narra la historia de Iluminada, una ex-integrante de un circo ambulante de mala muerte, y en la actualidad cobradora de una ruta de autobuses, quien vive en un deprimente vecindario en la barriada de Luyanó, junto a su marido y una hermana; además de los consabidos vecinos y “amigos incondicionales”. Juan Carlos Cremata e Iraida Malberti, nos presentan una historia desgarradora, llena de dolor y realismo con unos actores nuevos para nosotros, pero no por tal carentes de toda experiencia y calibre requeridas en la pantalla ancha. Todos, pero todos, están a un nivel espectacular, casi geniales. Nuestro aplauso a Alina Rodríguez, Blanca Rosa Blanco, Carlos Gonzalvo, la indispensable Paula Alí, Luis Alberto García y por supuesto a Rosa Vasconcelos, una actriz inmensa, casi inalcanzable, una mezcla de Katy Jurado y Giulietta Massina, con unas sorprendentes transiciones de alegría al ganar la balita premiada dentro de una barra de jabón Rina, pero también las de dolor al haberlo perdido todo.
Estas fueron verdaderas muestras de neorealismo cinematográfico caribeño y por supuesto llevados muy acertadamente de la mano por el binomio compuesto por Cremata y Malberti.
Y la tercera película en cuestión es Los dioses rotos, donde una tésis universitaria sobre el famoso proxeneta cubano Alejandro Yarini y Ponce de León, se entrelaza con una trama de valores enfrentados de un grupo de personajes de diferentes niveles socioculturales. Melodrama de suspenso dirigido cabalmente por Ernesto Daranas, con un elenco de lujo encabezado por Silvia Águila, Carlos Ever Fonseca, Héctor Noas, Annia Bu Maure y la siempre excelente Isabel Santos, y donde el mito de Alejandro Yarini está tan latente en nuestros días, como si su desaparición hubiera ocurrido tan solo ayer.
Los residentes de Miami vivimos en una ciudad de dicotomías. Por un lado, existe la disyuntiva entre la calidad de vida y el crecimiento económico. Y por el otro, la tensión entre la preservación y el desarrollo urbanístico.
La propuesta de demoler The Fillmore en el Teatro Jackie Gleason de Miami Beach para erigir un suntuoso hotel que complemente el Centro de Convenciones ilustra estas dualidades y mucho más.
Más, porque responde al mal juicio del gobierno del condado Miami-Dade. Y además, porque en el fondo del proyecto yace la aspiración de traer los juegos de azar a Miami Beach, que de seguro echarían por tierra la identidad de la ciudad balenario y la empobrecida calidad de vida de los residentes.
Comencemos por el contexto. El Centro de Convenciones en La Playa se quedó en la Edad de Piedra. Las instalaciones están avejentadas y no han incorporado la tecnología de punta que requieren muchas exhibiciones. Para modernizarlo, el municipio necesita invertir $100 millones.
Precisamente para absorber los costos de estos megaproyectos existe el impuesto hotelero. No obstante, el Condado se comprometió a otorgar a la Ciudad de Miami Beach $55 millones solamente, dejándole la ardua tarea de buscar el resto. No es que no haya dinero. Como las prioridades están al revés, Miami-Dade ha dado preferencia a los Marlins, una entidad privada y extremadamente lucrativa. Del costo estimado del estadio -- $645 millones -- en La Pequeña Habana al Condado le corresponde $410 millones.
Ahora la ciudad balneario debe vender el alma o al menos eso considera. El único medio para conseguir $45 millones es ofrecer a un urbanizador o a una corporación la oportunidad de construir un hotel en la localidad del teatro, que es una mina de oro por su proximidad al Centro de Convenciones, la Lincoln Road y la majestuosa sede del New World Symphony pronta a inaugurarse.
En el 2006, la ciudad casi sella un pacto con Cirque du Soleil, que planeaba construir un teatro para sus espectáculos, dos hoteles y un enorme club nocturno ¿Para qué invertir aquí $100 millones si tenía cinco teatros en casinos de Las Vegas y uno en Disney?
Desde la perspectiva financiera, lo único que justifica la envergadura de la inversión son los juegos de azar. Para atraer turismo no hay mejor combinación que casinos con entretenimiento nocturno y venta de alcohol. Créanme que quien pague $45 millones en el Centro de Convenciones tendrá en su lista de objetivos las apuestas, así sea un frontón de jai alai.
La industria de los juegos de azar es muy poderosa e influyente en Tallahassee. En esta sesión legislativa, por ejemplo, se aprobó una ley que reducirá en 15 por ciento la tasa de impuestos que pagan los frontones y las pistas de carreras en Miami-Dade y Broward, que ahora también seducen a los apostadores con el tintineo de las tragamonedas.
No es mi problema cómo otros despilfarran los ahorros. Pero el impacto de los juegos de azar va más allá de lo individual, pues trae corrupción al gobierno municipal e incrementa la criminalidad.
Volvamos a las dicotomías. Vivimos en una economía dependiente del turismo y del entretenimiento. Sí, todos estos proyectos traen una infusión multimillonaria a los cofres de la ciudad. No obstante, el espacio en Miami Beach es limitado, e incrementar la densidad crea más tráfico, problemas para aparcar, inmundicia y ruido en barrios residenciales.
Además, la fuente de ingresos más importante para las ciudades es el sostenimiento de los valores de las propiedades residenciales -- y los impuestos de los propietarios --, no la industria hotelera. Al final del día, si se deteriora la calidad de vida, el valor de las viviendas colapsa.
Como somos una metrópolis relativamente joven, parece haber una desconexión sentimental entre la gente y el lugar. A menudo noto una escasa valoración por el patrimonio arquitectónico e histórico que atesoramos. El Jackie Gleason es un icono de Miami Beach que en los años 60 puso al balneario en el mapa del entretenimiento.
Plantar un hotel sobre sus ruinas atenta contra la cultura local y la preservación de la identidad colectiva. Hay cientos de hoteles, pero sólo un Gleason.