Por Matías Montes Huidobro.
Cuba detrás del telón es un proyecto largamente ambicionado en el que he venido trabajando desde hace muchos años y en el cual convergen dos vertientes de mi interés crítico y creador, Cuba y el teatro, que van unidas la una con la otra. Su antecedente más distante tendría que irlo a buscar en Persona: vida y máscara en el teatro cubano, publicado en 1973 por Ediciones Universal. En fecha más reciente recorro el período que va del 1902 al 1959 en El teatro cubano durante la República, publicado por The Society of Spanish and Spanish American Studies de la Universidad de Colorado en el 2002, ya con el subtítulo de “Cuba detrás del telón”. Aunque se han llevado a efecto en Cuba y en el extranjero, múltiples y variadas investigaciones de esta dramaturgia, este libro (que Arístides Falcón ha llamado “tan monumental como el capitolio habanero”), comprende un recorrido más minucioso y sistemático por este período. Con la próxima publicación de Cuba detrás del telón, que pasa a ocupar el lugar protagónico en el título, le sumo veinte años más a esta propuesta histórico-crítica, distribuida en cuatro volúmenes, coherentes pero a su vez independientes uno del otro, sobre la dramaturgia cubana del 1959 al 1979.
Los dos primeros volúmenes de la serie, al cuidado editorial de Ediciones Universal, se circunscriben extensamente al análisis de la producción dramática cubana del 1959 al 1969, que es en mi opinión la década más importante del teatro cubano, por el número de obras que se escriben y estrenan, el valor cualitativo de las mismas y el extenso número de dramaturgos que, con una trayectoria permanente, pasan a enriquecer los logros de la dramaturgia nacional hasta nuestros días, dentro de un contexto histórico y político tumultuoso y apasionante, que va a reflejarse en esta producción dramática. Si bien la década que le sigue es cuantitativamente numerosa, la calidad del discurso, sometido a los dictámenes del régimen de La Habana, dejará mucho que desear.
Teatro cubano: vanguardia y resistencia estética (1959-1961), está dedicado a la ebullición escénica que tiene lugar durante los tres primeros años del período revolucionario, a consecuencias no sólo de la Revolución, sino también de la modernidad escénica que se va gestando desde fines de la República. Se desarrolla un movimiento de vanguardia que representa la resistencia estética contra los postulados coercitivos de la Revolución, colocándose el teatro cubano en el vórtice huracanado del compromiso.
Lo encabezan Carlos Felipe con Réquiem por Yarini, que someto a nuevas revisiones y aproximaciones críticas, y Virgilio Piñera con El gordo y el flaco, Aire frío y El filántropo De ese movimiento surgen dramaturgos claves que escriben y estrenan en un período compacto: de un lado, Fermín Borges, Abelardo Estorino, Gloria Parrado, Manuel Reguera Saumell, Leopoldo Hernández; del otro, José Triana, Antón Arrufat, Ezequiel Vieta y yo, en una línea de experimentación y vanguardia, seguidos de nuevas promociones: Nicolás Dorr, Raúl de Cárdenas, Ignacio Gutiérrez, David Camps, Fulleda León, Eugenio Hernández Espinosa, José Milián, René Ariza, etc, que con el transcurso del tiempo harán contribuciones de mayor importancia a la escena cubana. Por primera vez aparecen reunidos un “reparto” tan nutrido en un complejo primer acto de la dramaturgia cubana de los sesenta.
A este primer tomo le sigue El teatro cubano entre la estética y el compromiso (1962-1969), donde la dinámica teatral se complica y hace crisis hacia finales de la década, convirtiéndose en una de las secuencias más fascinantes del teatro cubano, entre las direcciones de un discurso independiente y hasta subversivo, y otro de carácter hegemónico. En este contrapunto hacen juego Santa Camila de La Habana Vieja, El premio flaco, La crónica y el suceso, Mamico Omi Omo, Los mangos de Caín, La noche de los asesinos, María Antonia, Fray Sabino, La vuelta a la manzana, En la parada, llueve, Las monjas, Llévame a la pelota, Unos hombres y otros, Piezas de Museo y muchísimas obras más, sin poder faltar el clímax de Los siete contra Tebas, la entrada en escena de Teatro Escambray y el comienzo de la marginación de Virgilio Piñera, que cierra el libro con El álbum, Siempre se olvida algo, El No, La niñita querida, Estudio en blanco y negro, Una caja de zapatos vacías, Dos viejos pánicos, El encarne y Ejercicios de estilo. El simple enfrentamiento de estos títulos refleja el campo de batalla de la “Cuba detrás del telón” que late entre bambalinas, que incluye los primeros pasos de la dramaturgia del exilio con José Cid Pérez y Leopoldo Hernández.
La dramaticidad de este proceso teatral corre pareja con el acontecer histórico dentro del cual vive y se agita, conducente a las nuevas direcciones de la represión a la cultura nacional que pasarán a tener lugar en la década de los setenta, 1970-1979, en la cual Cuba detrás del telón se subdivide en dos volúmenes adicionales.
En Creación colectiva y realismo socialista hago un minucioso recorrido por la vertiente más oscura de la dramaturgia nacional del siglo XX, desmitificando todo lo que representaron estas direcciones del teatro cubano en los años setenta, con las siniestras manifestaciones de represión ideológica que se desata durante esta década, cuyo telón de fondo es un tenebroso “quinquenio negro” que duró diez años. Comprende el análisis de la producción dramática del Teatro Escambray desde una perspectiva heterodoxa opuesta al discurso oficial, con su ensañamiento persecutorio a los Testigos de Jehová, unido a un recorrido por el Teatro de Participación Popular de Herminia Sánchez y el Teatro La Yaya de Flora Lauten, hasta llegar al Teatro de Relaciones, Cabildo Teatral Santiago; muestras todas ellas del proyecto de subversión revolucionaria que representó el teatro de creación colectiva. Aunque esta investigación obliga a un recorrido por textos que, críticamente, tienen valores muy discutibles, se vuelve imprescindible para dilucidar el significado histórico de esta dramaturgia, cuyo análisis no puede dejarse en manos de los parámetros oficiales.
Como complemento, la dramaturgia del realismo socialista, significó una absoluta regresión de teatro nacional con respecto al de la década anterior, siguiendo los moldes procedentes de la Unión Soviética, que nos lleva al análisis crítico de un extenso grupo de obras politizadas, culminando con Huelga de Albio Paz, y Andoba de Abrahán Rodríguez. Sometidos estos textos a un discurso crítico que no se ha llevado a efecto con anterioridad, el análisis trasciende los límites de lo estrictamente teatral, por el contenido mismo de las obras, siendo una muestra de la función que puede tener el teatro como agente del discurso de poder, volviéndose el propio teatro en participante activo de la represión.
Por oposición, el cuarto volumen de esta trayectoria, Insularidad y exilio (1969-1979) se concentra en el análisis de la otra vertiente, interna y externa, del discurso teatral donde los valores de la estética juegan un papel más preponderante que aquellos de la subordinación ideológica, aunque su dependencia a esta última también se pone de manifiesto en un buen número de dramaturgos. De ahí que la dramaturgia de Piñera vuelva a adquirir relieve protagónico, desde El arropamiento sartorial en la caverna platómica y Las escapatorias de Laura y Olga, a su teatro inconcluso, que sirve de cierre. Incluye este volumen el análisis de textos de José Triana, Abelardo Estorino, Héctor Quintero, Nicolás Dorr, David Camps, José Milián, Eugenio Hernández Espinosa y algunos otros.
Fuera de Cuba comienza a consolidarse la dramaturgia del exilio, con nuevas contribuciones de Leopoldo Hernández, Juego de damas de Julio Matas y Funeral en Teruel y Ojos para no ver de Matías Montes Huidobro. A esto se unen la presencia escénica de José Corrales, Manuel Pereiras y el estreno de El Super de Iván Acosta La llegada al exilio de René Ariza con sus minidramas, algunos de ellos escritos en prisión en Cuba, Jorge Valls con Los perros jíbaros y José Fernández Travieso con Prometeo, escritas en similares circunstancias, amplían el montaje escénico de una Cuba detrás del telón teatralmente ignorada.
Estos cuatro volúmenes representan una conjunción del análisis teatral dentro del contenido histórico en que se desarrolla, en un afán de dilucidar la persona, vida y máscara del teatro cubano.
Los dos primeros volúmenes de la serie, al cuidado editorial de Ediciones Universal, se circunscriben extensamente al análisis de la producción dramática cubana del 1959 al 1969, que es en mi opinión la década más importante del teatro cubano, por el número de obras que se escriben y estrenan, el valor cualitativo de las mismas y el extenso número de dramaturgos que, con una trayectoria permanente, pasan a enriquecer los logros de la dramaturgia nacional hasta nuestros días, dentro de un contexto histórico y político tumultuoso y apasionante, que va a reflejarse en esta producción dramática. Si bien la década que le sigue es cuantitativamente numerosa, la calidad del discurso, sometido a los dictámenes del régimen de La Habana, dejará mucho que desear.
Teatro cubano: vanguardia y resistencia estética (1959-1961), está dedicado a la ebullición escénica que tiene lugar durante los tres primeros años del período revolucionario, a consecuencias no sólo de la Revolución, sino también de la modernidad escénica que se va gestando desde fines de la República. Se desarrolla un movimiento de vanguardia que representa la resistencia estética contra los postulados coercitivos de la Revolución, colocándose el teatro cubano en el vórtice huracanado del compromiso.
Lo encabezan Carlos Felipe con Réquiem por Yarini, que someto a nuevas revisiones y aproximaciones críticas, y Virgilio Piñera con El gordo y el flaco, Aire frío y El filántropo De ese movimiento surgen dramaturgos claves que escriben y estrenan en un período compacto: de un lado, Fermín Borges, Abelardo Estorino, Gloria Parrado, Manuel Reguera Saumell, Leopoldo Hernández; del otro, José Triana, Antón Arrufat, Ezequiel Vieta y yo, en una línea de experimentación y vanguardia, seguidos de nuevas promociones: Nicolás Dorr, Raúl de Cárdenas, Ignacio Gutiérrez, David Camps, Fulleda León, Eugenio Hernández Espinosa, José Milián, René Ariza, etc, que con el transcurso del tiempo harán contribuciones de mayor importancia a la escena cubana. Por primera vez aparecen reunidos un “reparto” tan nutrido en un complejo primer acto de la dramaturgia cubana de los sesenta.
A este primer tomo le sigue El teatro cubano entre la estética y el compromiso (1962-1969), donde la dinámica teatral se complica y hace crisis hacia finales de la década, convirtiéndose en una de las secuencias más fascinantes del teatro cubano, entre las direcciones de un discurso independiente y hasta subversivo, y otro de carácter hegemónico. En este contrapunto hacen juego Santa Camila de La Habana Vieja, El premio flaco, La crónica y el suceso, Mamico Omi Omo, Los mangos de Caín, La noche de los asesinos, María Antonia, Fray Sabino, La vuelta a la manzana, En la parada, llueve, Las monjas, Llévame a la pelota, Unos hombres y otros, Piezas de Museo y muchísimas obras más, sin poder faltar el clímax de Los siete contra Tebas, la entrada en escena de Teatro Escambray y el comienzo de la marginación de Virgilio Piñera, que cierra el libro con El álbum, Siempre se olvida algo, El No, La niñita querida, Estudio en blanco y negro, Una caja de zapatos vacías, Dos viejos pánicos, El encarne y Ejercicios de estilo. El simple enfrentamiento de estos títulos refleja el campo de batalla de la “Cuba detrás del telón” que late entre bambalinas, que incluye los primeros pasos de la dramaturgia del exilio con José Cid Pérez y Leopoldo Hernández.
La dramaticidad de este proceso teatral corre pareja con el acontecer histórico dentro del cual vive y se agita, conducente a las nuevas direcciones de la represión a la cultura nacional que pasarán a tener lugar en la década de los setenta, 1970-1979, en la cual Cuba detrás del telón se subdivide en dos volúmenes adicionales.
En Creación colectiva y realismo socialista hago un minucioso recorrido por la vertiente más oscura de la dramaturgia nacional del siglo XX, desmitificando todo lo que representaron estas direcciones del teatro cubano en los años setenta, con las siniestras manifestaciones de represión ideológica que se desata durante esta década, cuyo telón de fondo es un tenebroso “quinquenio negro” que duró diez años. Comprende el análisis de la producción dramática del Teatro Escambray desde una perspectiva heterodoxa opuesta al discurso oficial, con su ensañamiento persecutorio a los Testigos de Jehová, unido a un recorrido por el Teatro de Participación Popular de Herminia Sánchez y el Teatro La Yaya de Flora Lauten, hasta llegar al Teatro de Relaciones, Cabildo Teatral Santiago; muestras todas ellas del proyecto de subversión revolucionaria que representó el teatro de creación colectiva. Aunque esta investigación obliga a un recorrido por textos que, críticamente, tienen valores muy discutibles, se vuelve imprescindible para dilucidar el significado histórico de esta dramaturgia, cuyo análisis no puede dejarse en manos de los parámetros oficiales.
Como complemento, la dramaturgia del realismo socialista, significó una absoluta regresión de teatro nacional con respecto al de la década anterior, siguiendo los moldes procedentes de la Unión Soviética, que nos lleva al análisis crítico de un extenso grupo de obras politizadas, culminando con Huelga de Albio Paz, y Andoba de Abrahán Rodríguez. Sometidos estos textos a un discurso crítico que no se ha llevado a efecto con anterioridad, el análisis trasciende los límites de lo estrictamente teatral, por el contenido mismo de las obras, siendo una muestra de la función que puede tener el teatro como agente del discurso de poder, volviéndose el propio teatro en participante activo de la represión.
Por oposición, el cuarto volumen de esta trayectoria, Insularidad y exilio (1969-1979) se concentra en el análisis de la otra vertiente, interna y externa, del discurso teatral donde los valores de la estética juegan un papel más preponderante que aquellos de la subordinación ideológica, aunque su dependencia a esta última también se pone de manifiesto en un buen número de dramaturgos. De ahí que la dramaturgia de Piñera vuelva a adquirir relieve protagónico, desde El arropamiento sartorial en la caverna platómica y Las escapatorias de Laura y Olga, a su teatro inconcluso, que sirve de cierre. Incluye este volumen el análisis de textos de José Triana, Abelardo Estorino, Héctor Quintero, Nicolás Dorr, David Camps, José Milián, Eugenio Hernández Espinosa y algunos otros.
Fuera de Cuba comienza a consolidarse la dramaturgia del exilio, con nuevas contribuciones de Leopoldo Hernández, Juego de damas de Julio Matas y Funeral en Teruel y Ojos para no ver de Matías Montes Huidobro. A esto se unen la presencia escénica de José Corrales, Manuel Pereiras y el estreno de El Super de Iván Acosta La llegada al exilio de René Ariza con sus minidramas, algunos de ellos escritos en prisión en Cuba, Jorge Valls con Los perros jíbaros y José Fernández Travieso con Prometeo, escritas en similares circunstancias, amplían el montaje escénico de una Cuba detrás del telón teatralmente ignorada.
Estos cuatro volúmenes representan una conjunción del análisis teatral dentro del contenido histórico en que se desarrolla, en un afán de dilucidar la persona, vida y máscara del teatro cubano.