Foto: Luis García. Escena de Simepre se olvida algo (1964).
EN LOS FOROS
por Manolo García-Oliva
El teatro cubano presentado en esta urbe a partir de los años 70 ha sido algo escaso, pero por esto, ha estado carente de seguidores y calidad. Desde aquellos, años los autores cubanos han estado presentes en nuestras salas, llevados de la mano por teatrístas de gran trayectoria dentro de nuestra escena.
Nuestro primer contacto con el teatro de Cuba fue por 1969 con la producción de Las pericas, estrenada por Repertorio Español y dirigida por René Buch, con reparto espléndido y una Miriam Cruz irrepetible. La pieza de Nicolás Dorr volvió a ser producida 12 años después por LATE/El Portón, y aquí Alberto Sarraín volvió a acertar y poner el sello que le distingue con una pieza que recordaremos por siempre, y un elenco de primera magnitud compuesto por Sol, Cristína San Juan, Elizabeth Longo y Myrna Colón. La razón que hablamos de este hecho es que Nicolás Dorr, regresó a nuestra escena 29 años más tarde, y en esta ocasion con su drama Confesión en el Barrio Chino, que estrenara en La Habana en 1984 Rosa Fornés y que Josean Ortíz dirigió para el Teatro Rodante Puertorriqueño.
Ortiz se las arregla sín ningún artificio y muy limpiamente, obteniendo de su protagonista una magístral actuación, un verdadero tour de force de una Amneris Morales deslumbrante y cautivadora, secundada con acierto por unos correctos Jorge Luna y Chris Chinn. Complementaron la producción los acertados diseños de escenografía y luces de Jason Sturm y Joyce Liao, respectivamente.
Y fue al Hostos Repertory Company a quien tocó en esta ocasion la tarea en traernos a su teatro del Bronx, quizás al más representado de los teatrístas cubanos en nuestra ciudad: Virgilio Piñera, y a quien no veíamos desde el estreno en el 2004, de Una caja de zapatos vacia (1968), por el grupo Retablo, con una imponente producción y unos quehaceres de primera ejecutados por Gabriel Gorcés, Marta Julián y Yanko Bakulic.
Fue a comienzos del renacer teatral en español en la década de 1970 que tres obras de Piñera casi se estrenan a la vez: Electra Garrigó (1941), en Repertorio Español en 1973 y actuada por Isabel Segovia e Ilka Tanya Payán y dirigida por Silvia Brito; Dos viejos pánicos, (1967), producida y dirigida por Mario Peña para LATE y estrenada en la sala Dumé Spanish Theatre en 1974, y Aire frio (1962), puesta por el Centro Cultural Cubano en 1975, con Doris Castellanos y Carlos Rodríguez bajo la batuta de Eduardo Corbé.
Ahora, la obra en cuestión es Siempre se olvida algo (1964), considerada como una obra menor del insigne autor cubano, pero que a pesar de ese calificativo resulta ser una pequeña joya del teatro de lo absurdo y que hace junto a Falsa alarma (1948), la que es considerada como una precursora del teatro del absurdo en hispanoamérica, incluso a La soprano calva de Eugene Ionesco, que data de 1950, dos títulos de excelencia dentro del marco del teatro hablado en castellano.
El reparto que componen Marisol Carrere, Luz-María Lambert, Bárbara G. Santiago, Melissa Díaz y Luciano Patiño, está al máximo de sus facultades, situaciones jocosas, diálogos disparatados y caracteres que parecen que no tienen ninguna comunicación en sí finalizan comprendiendose de sobremanera.
La dirección de Ángel Morales logra un hecho teatral de relevancia al mover a sus actores con presición y a su antojo, obteniendo de éstos las máximas posibilidades. El magistral diseño de producción ejecutado por Harry Nadal es un acierto más de esta producción que es muestra de buen teatro en toda la extension de la palabra y tal vez sea el mejor momento en nuestra escena local en lo que va del año.
EN LOS FOROS
por Manolo García-Oliva
El teatro cubano presentado en esta urbe a partir de los años 70 ha sido algo escaso, pero por esto, ha estado carente de seguidores y calidad. Desde aquellos, años los autores cubanos han estado presentes en nuestras salas, llevados de la mano por teatrístas de gran trayectoria dentro de nuestra escena.
Nuestro primer contacto con el teatro de Cuba fue por 1969 con la producción de Las pericas, estrenada por Repertorio Español y dirigida por René Buch, con reparto espléndido y una Miriam Cruz irrepetible. La pieza de Nicolás Dorr volvió a ser producida 12 años después por LATE/El Portón, y aquí Alberto Sarraín volvió a acertar y poner el sello que le distingue con una pieza que recordaremos por siempre, y un elenco de primera magnitud compuesto por Sol, Cristína San Juan, Elizabeth Longo y Myrna Colón. La razón que hablamos de este hecho es que Nicolás Dorr, regresó a nuestra escena 29 años más tarde, y en esta ocasion con su drama Confesión en el Barrio Chino, que estrenara en La Habana en 1984 Rosa Fornés y que Josean Ortíz dirigió para el Teatro Rodante Puertorriqueño.
Ortiz se las arregla sín ningún artificio y muy limpiamente, obteniendo de su protagonista una magístral actuación, un verdadero tour de force de una Amneris Morales deslumbrante y cautivadora, secundada con acierto por unos correctos Jorge Luna y Chris Chinn. Complementaron la producción los acertados diseños de escenografía y luces de Jason Sturm y Joyce Liao, respectivamente.
Y fue al Hostos Repertory Company a quien tocó en esta ocasion la tarea en traernos a su teatro del Bronx, quizás al más representado de los teatrístas cubanos en nuestra ciudad: Virgilio Piñera, y a quien no veíamos desde el estreno en el 2004, de Una caja de zapatos vacia (1968), por el grupo Retablo, con una imponente producción y unos quehaceres de primera ejecutados por Gabriel Gorcés, Marta Julián y Yanko Bakulic.
Fue a comienzos del renacer teatral en español en la década de 1970 que tres obras de Piñera casi se estrenan a la vez: Electra Garrigó (1941), en Repertorio Español en 1973 y actuada por Isabel Segovia e Ilka Tanya Payán y dirigida por Silvia Brito; Dos viejos pánicos, (1967), producida y dirigida por Mario Peña para LATE y estrenada en la sala Dumé Spanish Theatre en 1974, y Aire frio (1962), puesta por el Centro Cultural Cubano en 1975, con Doris Castellanos y Carlos Rodríguez bajo la batuta de Eduardo Corbé.
Ahora, la obra en cuestión es Siempre se olvida algo (1964), considerada como una obra menor del insigne autor cubano, pero que a pesar de ese calificativo resulta ser una pequeña joya del teatro de lo absurdo y que hace junto a Falsa alarma (1948), la que es considerada como una precursora del teatro del absurdo en hispanoamérica, incluso a La soprano calva de Eugene Ionesco, que data de 1950, dos títulos de excelencia dentro del marco del teatro hablado en castellano.
El reparto que componen Marisol Carrere, Luz-María Lambert, Bárbara G. Santiago, Melissa Díaz y Luciano Patiño, está al máximo de sus facultades, situaciones jocosas, diálogos disparatados y caracteres que parecen que no tienen ninguna comunicación en sí finalizan comprendiendose de sobremanera.
La dirección de Ángel Morales logra un hecho teatral de relevancia al mover a sus actores con presición y a su antojo, obteniendo de éstos las máximas posibilidades. El magistral diseño de producción ejecutado por Harry Nadal es un acierto más de esta producción que es muestra de buen teatro en toda la extension de la palabra y tal vez sea el mejor momento en nuestra escena local en lo que va del año.
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