Por Luis de la Paz
La pieza establece un juego (entre infantil y tétrico) entre dos hermanos que han quedado desamparados tras la trágica muerte de su madre en un accidente de tránsito, provocado por una vendedora de flores. La lucha interna por aceptar la ausencia de la madre como una realidad, la sed de venganza y el significado profundo de la pérdida definitiva de un ser querido, es el eje conductor de esta sólida obra. Concebida para cinco actores –Estúpido, Imbécil, Hombre, Mujer y Asesina–, la puesta la maneja Moreno con sólo dos intérpretes, que desarrollan con eficacia los cinco personajes.
La adaptación de Moreno está concebida como teatro dentro del teatro, donde los actores están ensayando la obra. Abre con el juego entre hermanos, hasta que la falta de la madre se hace evidente y claman por ella. En ciertos momentos, se dan rupturas donde los actores se preguntan si el director (que aparentemente está dormitando, les presta atención). A medida que avanza el texto, que en un principio provoca la risa del público, se va acentuando un drama sobre la muerte, el desamparo y la orfandad.
Los dos actores realizan un trabajo dinámico. Tomás Doval, se crece como la Madre y el hermano mayor. Con frescura, en algunos momentos gracia y en otros sobrecogedor dramatismo, va llevando con intensidad sus personajes, con los que el público se identifica: una mujer para la que sus hijos son lo más importante y luchar por ellos su misión, así como el de un hermano mayor que ha de velar por el otro. Por su parte el joven Leandro Peraza (que en sus últimas apariciones en escena ha demostrado un vertiginoso progreso) resulta el actor revelación. Su interpretación del niño que no acepta la muerte de su madre, el breve trabajo como el padre, también devastado por la soledad en que ha quedado, y sobre todo en el personaje de Asesina, en especial en su monólogo, alcanzan sobresalientes registros.
Rolando Moreno, uno de los más sólidos directores del patio, consigue con un preciso trabajo de dirección un excelente montaje. Para ellos se vale de una escenografía simple, donde las grandes telas le imprimen al contexto una plasticidad sugerente y un ambiente, por momentos sobrecogedor. En el monólogo de Asesina, el uso de las telas cobra gran relieve, fortaleciendo el trabajo de Peraza e imprimiéndole al espectáculo un ritmo definitivo.
El trabajo de luces, combinado por José González y Rolando Santini, logra oportunos contrastes y efectos visuales que refuerzan el trabajo corporal y la intensidad del texto. Lo mismo ocurre con la banda sonora, fundamentalmente sobre canciones de Barbarito Diez, manejada por Alain Casalla.
Alguien quiere decir una oración es una obra de intenso vuelo y trascendente alcance humano y literario, que pone en alto el trabajo de la dramaturgia cubana del exilio y en su conjunto, prestigia el teatro que se hace en Miami. Sin duda alguna, un buen comienzo para Akuara Teatro y su sala Avellaneda, en el 4599 SW 75 Avenida. Más información y reservaciones en el (786) 853-1283.