Una ronda de erotismo y sexualidad
Habey Hechavarría
Especial/El Nuevo Herald
Una agitación en círculo de pasiones eróticas, una cadena de
aventuras sexuales azarosamente conectadas, un movimiento galopante de
deseos y frustraciones conforman La ronda
(1897), drama del austríaco Arthur Schnitzler y el más reciente estreno
de Akuara Teatro. El elenco de diez actores, dirigido por la
experimentada actriz cubana Ana Viña, actualiza con la estrategia de un
deliberado anacronismo la nostalgia de aquella dramaturgia propia del
primer expresionismo alemán al estilo de la Belle Epoque.
Escenas independientes que no obedecen a la unidad de una acción central (como no sea el propio tema de la cópula) se encadenan mediante la interrelación de personajes tipos que saltan de una alcoba a otra con la misma velocidad con que se visten y desvisten. Cada uno de estos cuadros, alrededor de una gran cama roja y delante del fondo pictórico de Miguel Ordoqui que ilustra el ambiente orgiástico, plantea un itinerario que comienza en los escarceos amatorios, atraviesa los juegos de acoplamiento previos a la mímica coital, para concluir en los sinsabores de la nulidad. El desarrollo de las pequeñas historias va desmontando convenciones sociales e hipocresías hasta revelar las simpáticas viñetas de una sociedad decadente.
La estructura cíclica y fragmentada de la puesta en escena incluye la sátira de las situaciones y los arquetipos finiseculares del siglo XIX, perfectamente comprendidos por nuestra contemporaneidad de fines del siglo XX y de principios del XXI. Pues la seducción del espectáculo se posiciona entre la sensualidad explícita y una crítica al vacío interior que la gimnasia sexual no ahoga tras un instante de placer.
Cuando el mayordomo entra para organizar la próxima escena, o ayuda en su desarrollo, apreciamos que el mayor reto del montaje consiste en la articulación dramática y conceptual de los cuadros y la recreación actoral del universo freudiano del texto. Pues en La ronda de Akuara Teatro no es tan evidente la intención vanguardista de Schnitzler, pero sí la experiencia de una feria de instintos postergados y desbordados, en la que se busca una cierta identificación del público durante la erótica danzaria del recorrido.•
Escenas independientes que no obedecen a la unidad de una acción central (como no sea el propio tema de la cópula) se encadenan mediante la interrelación de personajes tipos que saltan de una alcoba a otra con la misma velocidad con que se visten y desvisten. Cada uno de estos cuadros, alrededor de una gran cama roja y delante del fondo pictórico de Miguel Ordoqui que ilustra el ambiente orgiástico, plantea un itinerario que comienza en los escarceos amatorios, atraviesa los juegos de acoplamiento previos a la mímica coital, para concluir en los sinsabores de la nulidad. El desarrollo de las pequeñas historias va desmontando convenciones sociales e hipocresías hasta revelar las simpáticas viñetas de una sociedad decadente.
La estructura cíclica y fragmentada de la puesta en escena incluye la sátira de las situaciones y los arquetipos finiseculares del siglo XIX, perfectamente comprendidos por nuestra contemporaneidad de fines del siglo XX y de principios del XXI. Pues la seducción del espectáculo se posiciona entre la sensualidad explícita y una crítica al vacío interior que la gimnasia sexual no ahoga tras un instante de placer.
Cuando el mayordomo entra para organizar la próxima escena, o ayuda en su desarrollo, apreciamos que el mayor reto del montaje consiste en la articulación dramática y conceptual de los cuadros y la recreación actoral del universo freudiano del texto. Pues en La ronda de Akuara Teatro no es tan evidente la intención vanguardista de Schnitzler, pero sí la experiencia de una feria de instintos postergados y desbordados, en la que se busca una cierta identificación del público durante la erótica danzaria del recorrido.•
habeyhechavarria@gmail.com
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