Omar Valiño
La Jiribilla l La Habana, abril 28 a mayo 4 de 2012.
Paso frente a la Galería El Retablo, en
el meridiano de la ciudad de Matanzas, y veo con mis propios ojos que la
sala adjunta, recién acondicionada, se nombra Pepe Camejo, el gran
titiritero cubano a quien, en buena parte, se debe el movimiento
nacional del teatro de figuras, y pienso que a veces, felizmente, las
injusticias de humanos y circunstancias las paga con justicia el tiempo.
Detrás de la sala y la galería nace
también el Jardín Pelusín del Monte, en homenaje al títere nacional
creado por la matancera Dora Alonso y el propio Camejo. Allí se abrió el
10mo. Taller de Títeres de Matanzas,
primera certificación pública para este complejo de espacios
entrelazados aún no concluidos; merecido premio a la fortísima labor de
Teatro de Las Estaciones, su diseñador Zenén Calero y su líder Rubén
Darío Salazar.
El Taller, fundado en 1994 por el maestro René Fernández y su Teatro Papalote,
del cual entonces eran miembros Calero y Salazar, se consolidó con
rapidez, a lo largo de los 90, como un evento facilitador de un ámbito
pedagógico que marcaba una perfecta combinación entre el segmento de
espectáculos programados, las acciones de formación, los espacios
teóricos y los acontecimientos promocionales.
Con 18 años de andadura y diez ediciones a
cuestas, entusiasma comprobar que la anatomía y la fisiología del
Taller permanecen intactas, y resultan, cuando menos, tan importantes
como en sus primeros tiempos, pues coinciden en dirigirse,
esencialmente, a una nueva oleada de jóvenes titiriteros como aquellos a
los cuales la convocatoria matancera les resultó decisiva en su
aprendizaje.
Ese nuevo rostro, que trata para bien de
autorreconocerse lo mismo en una cita en Guantánamo en pequeños talleres
y encuentros por todo el país, contrasta con los viejos grupos a cuyo
aniversario 50 estuvo dedicado el evento. Medio siglo, y hasta algo más,
en los casos de los guiñoles de Pinar del Río, Matanzas, Santa Clara,
Camagüey y Santiago, merecen el profundo respeto por su forja de
tradiciones, en algunos casos continuada bajo otros denominativos, pero
también la exigencia de una mayor visibilidad en el presente, hija
necesariamente de lógicas renovaciones. De algunos de estos colectivos
ni siquiera llegaron representantes a Matanzas a participar de su propio
festejo, síntoma de sus deseos, más allá de cualquier imponderable.
Por el contrario, esta edición contó con
el ánimo impertérrito de Teatro Papalote y del Consejo Provincial de las
Artes Escénicas, signo de que el paso del tiempo no es obligatoria
igualdad a pérdida de iniciativa. Alrededor de René y Mercedes Fernández
—con más de dos décadas al frente del CPAE—, se juntan los ya
mencionados y una pléyade de instituciones y personas cuyo esfuerzo es
premiado por la intensidad, el bienestar, la profundidad, el ecumenismo,
la calidad y la belleza que caracterizan el Taller Internacional de
Títeres, cuyos amplios horizontes marcan la gracia de Matanzas como la
capital del arte titiritero insular.
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