Tuesday, November 23, 2010

Palabras al ICRA de Héctor Santiago.

-PALABRAS AL ICRA-

Héctor Santiago


Aunque los que me dieron sus votos demuestran lo contrario, sigo pensando que no me merezco este premio: el teatro ha sido mi vida, y a nadie deben premiarlo por vivir. Pero un premio es un reconocimiento, y más que todo una prueba de respeto a un largo camino recorrido lleno de triunfos y fracasos. Se los agradezco pues me lo han otorgado hasta quienes ni me conocen, y humildemente lo aceptaré viniendo de mis compañeros de oficio. Pero lo aceptaré en nombre de todos los grandes del teatro cubano que fueron mis maestros y compañeros de trabajo, los que creyeron en mí y me hicieron lo que soy, algunos ya olvidados, fallecidos, y aquellos de los que dolorosamente me separó la política; pero la verdad es que pese a esos lazos del ayer el dolor aun presente nos sigue apartando, como nos separa de las nuevas generaciones, pues lo que realmente divide al exilio no es ser exiliados o emigrantes: sino los que recibimos las patadas y los que tienen la incapacidad de imaginar lo que duelen. Por llenar ese vacío es que cada día el viejo escribano se levanta a darle voz a sus demonios. Lo aceptaré en nombre de los teatreros del destierro que me han llevado a escena pagándolo de sus bolsillos, mis compañeros de allá aun ahora entregados aquí al teatro, los que me han estudiado, mis críticos, los que me premian, y un público que me acepta: por eso como un enajenado todavía escribo para la gaveta. Lo aceptaré orgulloso porque Ustedes. han hecho de Miami la capital del teatro en español in english land, con una pujante dramaturgia nacional con mirada universal, que sólo por aberraciones políticas es cobardemente ignorada.


Ustedes los maestros del ayer, y los pinos nuevos de hoy, son los Quijotes continuando la labor de aquellas salitas de la Habana de los 50, donde sin ayuda y por amor hicieron lo que se hace ahora en esta otra orilla.


Compartiré ligeramente con Uds. algo de mi trayectoria. Cuando de 6 o 7 siete años trabajé como actor infantil en el canal 4 de la calle Mazón y San Miguel en el programa “La escuelita del viejito Chichí” del actor José Sanabria; lo asumí como un juego, cuando los 14 escribí mi primera obra y la mostré a mi vecina la actriz Lita Romano que vio en mí algo; pensé que el juego seguía. Y siguió a los 15 cuando estudié con Escarpenter en la Escuela Municipal de Arte Dramático en el Vedado, se comenzó a tornar en algo más serio cuando en 1961 trabajé con Luis Interián en el Teatro de Muñecos en Marianao, junto a José Mario que me alentó a escribir para los niños. Me di cuenta de su seriedad cuando me becaron en el seminario de Dramaturgia a los 16 años, escogiendo mi obra afrocubana Iroko para la fallida inauguración de la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, y desde entonces ha sido una pasión indetenible, tras más de 50 años todavía aprendiendo a escribir, saltando sobre los escollos encontrados en ambas orillas, pagando el precio por una lunática rebeldía de la que no me arrepiento.


¡Y vaya qué honor estar junto a Raúl de Cárdenas! Recuerdo su “La Palangana” en la sala Arlequín gracias a los esfuerzos de hoy alguien olvidado: Rubén Vigón, que junto con sus “Lunes de Teatro Cubano” y Morín en Prometeo, hicieron más que todos por la dramaturgia nacional. Andando por los caminos de Moliere y los hermanos Quintero, Raúl escribe con soltura uno de los más difíciles géneros al que ni yo me he atrevido, su voz es la cubanidad olvidada y la que se transforma en la tierra prestada, la lucha por la vigencia de las raíces sin torpes nacionalismos, y la cual sin humanidad por sus personajes es imposible de escribir, logrando su maestría sin lo chabacano ni la risa grosera. Hoy Uds. entran por la puerta grande de la dramaturgia exiliada al poco respetado teatro costumbrista, a un cubano que nunca ha claudicado en su compromiso con la libertad, y un hombre galante que sin conocerme siempre ha tenido buenas palabras para mi obra. Su obra regresará a Cuba cuando reír no sea un delito, ni el choteo nos meta en la cárcel. Por todo eso y por más, este premio le está más que merecido, y yo les doy las gracias.


Tres puestas memorables terminaron de cimentar mi oficio como teatrero, realmente difíciles de escoger entre tanto teatro bueno que se hizo en los 50-70. Ver a la grande Raquel Revuelta dirigida por Vicente en Madre Coraje en el teatro Mella, la magnética y bella Lilliam Llerena en Doña Rosita la soltera dirigida por Roberto Blanco en Hubert de Blanck. Y todavía antes de dejarnos Dumé, nos conmovíamos recordando en El Sótano la Cándida de Magaly Boix con mi amigo Alejandro Iglesias: un trabajo artesanal y meticuloso donde se produjo uno de esos milagros en que todo sobre el escenario convergía para crear el buen teatro: la veo con su victoriano vestido beige de encajes, sentada en un butacón junto a una chimenea, Alejandro en el piso a sus pies y aquella voz aterciopelada e intima de madre y a la vez mujer, renunciando al amor imposible de un joven poeta. Me recuerdo clavado en el asiento diciéndome: “He sido testigo de algo mágico”. Y hoy Uds. me permiten compartir con ella esta premiación. ¡Gracias Magaly!


Como ven mi foto está ausente en las notas de prensa. No es raro que comparta con algunos creadores mi desdén porque me fotografíen, pero el origen de mi incurable fotofobia fue cuando en 1961 a los 16 años me vi en la Galera 21 del Vivac de criminales en la prisión del Castillo del Príncipe habanero, listo a ser fotografiado para ser fichado en una de las primeras recogidas de antisociales del Régimen, iniciando un largo camino de más fotos en dossier de depuraciones, cárceles, la UMAP, la Parametración de los 70, como balsero. Mi amigo y albacea literario Luis de la Paz, por poco me mata caminando por Coney Island, cuando fue a fotografiarme y puse su mano sobre mi corazón mostrándole mi taquicardia, diciéndome: “¿Cuándo te mueras cómo voy a explicar cómo lucías?” Cómo luzco no es importante, pues vanidad somos y mudo polvo seremos, lo importante es lo que dejo: mi obra. La que está claro en mi última voluntad que no puede ser utilizada por el Régimen, siempre negándome cuando me han solicitado publicarla. Desgraciadamente todo lo que escribí en Cuba fue incautado por la Seguridad del Estado y los programas de mi trabajo teatral me los quitaron en la aduana del aeropuerto habanero –algo sobrevive en la Universidad de Miami-. Aquí recomencé con más ahínco y ahí está mi obra abierta para que le busquen otras voces, sabiendo que sólo he copiado a un dramaturgo: Héctor Santiago.


Para que no me crean un mal agradecido, les diré que no estoy con Uds. pues mi médico no me permite viajar. No espero que por ahora La Pelona me silencie ¡Solavaya! ¿De verdad que bicho malo nunca muere? Pero si es así dejo una cuantiosa obra sumándose al canon de la literatura cubana-americana, que desde Heredia a Marti se ha escrito y escribe en el destierro, y si tiene calidad y resiste el reto del tiempo algún día será descubierta y valorada, a la vez regresando a la tierra de la que me botaron. De todas maneras he llorado y me he divertido mucho creándola, y como diría Reinaldo Arenas: “Es mi mejor venganza”. Digo yo: mi pequeño granito de arena contra el conveniente olvido, y también mi rumba; bailada sin patria, pero sin amo. ¡Gracias!

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