Monday, November 22, 2010

GEORGE WOODYARD.

En la foto José Escarpanter, Yara González Montes, Matías Montes Huidobro Y George Woodyard.

George Wooyard en el pódium y Matías Montes Huidobro al otro extremo.

GEORGE WOODYARD

por Matías Montes Huidobro


Acaba de fallecer en Lawrence, Kansas, el investigador y académico George Woodyard. Claro está que aquí en Miami pocos lo conocen y pocos pueden valorar su contribución para llegar a un mejor conocimiento de la dramaturgia cubana, tanto la insular como la que se desarrolla en el exilio. Pero por muchísimos años, Woodyard dirigió una de las revistas dedicada al teatro más conocida internacionalmente, “Latin American Theatre Review” y celebraba cada tres años un Congreso Latinoamericano de Teatro, al cual asistíamos con regularidad Yara y yo. Gracias a Woodyard, el congreso representaba una oportunidad única de conocer a dramaturgos invitados, intercambiar ideas con otros estudiosos del teatro latinoamericano, encontrar incentivos para continuar con nuestras propias investigaciones, y en nuestro caso en particular, divulgar la dramaturgia cubana del exilio, muchas veces desconocida más allá de las fronteras del Dade County. De ahí que George Woodyard, sin pasar por alto su erudición y el valor de sus propias investigaciones, era indirectamente un promotor de nuestra dramaturgia, que se confirmaba de paso con nuestra asistencia y participación en un congreso donde siempre fuimos bienvenidos.


Yo, profesionalmente, como cubano, crítico y dramaturgo, le estoy personalmente agradecido. Aunque Woodyard fue un profesor norteamericano liberal, nunca le cerró las puertas a un dramaturgo, crítico y exiliado cubano residente en Hawai, cosa que no puedo decir de muchos cubanos que conozco en el exilio. Especialmente resultó importante la publicación de mi ensayo “Teatro en Lunes de Revolución” (1984), que fue el primer índice crítico-bibliográfico de “Lunes”, aunque limitado al teatro. También publiqué en LATR mi trabajo sobre “El caso Dorr”, porque mis investigaciones sobre el teatro cubano tampoco tienen limitaciones geográficas, sin que por ello abandone mis puntos de vista ideológicos. George Woodyard nunca me rechazó un ensayo, sin contar que varios de los más importantes trabajos críticos sobre mi teatro, escritos por Francesca Collechia, Phyllis Zatlin, Carolina Caballero, Jorge Febles, Armando González Pérez y Guillermo Schmidhuber, se publicaron en la revista o se leyeron en los congresos.


En el año 1992, Woodyard dio acogida a una sesión especial, organizada por el profesor ecuatoriano Jorge H. Valdivieso, titulada “Montes Huidobro y su obra en el banquillo de la crítica”, donde Judith Bissett, Jorge Febles y Armando González Perez hablaron de mi dramaturgia, con mi ulterior participación bajo el título de “El autor responde”. En ese mismo congreso, Woodyard me honró invitándome a participar en “Playwrights Round Table: Performance” una plenaria presidida por la profesora Joan Rea, de Rice University, donde en el programa no me escatimó la identidad nacional, que mucho le agradezco porque otros no han hecho tanto, y que rezaba así: “Emilio Carballido (México), Matías Montes-Huidobro (Cuba) y Egon Wolff (Chile)”.


Fue en esos congresos donde leí “Regresión progresiva de Morir del cuento de Abelardo Estorino” (1992), porque yo siempre he puesto los valores del escritor por encima de rencillas personales y diferencias de puntos de vista, y en esas conferencias lo mismo presentaba un ensayo Vivian Martínez Tabares o Yara González Montes. En uno de dichos congresos, Yara precisamente presentó uno sobre “Myriam Acevedo: alcances de su creación dramática e interpretativa.” “Latin American Theatre Today”, que así se llamaban los symposiums, se llevaban a efecto en un contexto de intercambio cultural, ajustados al vocabulario de las teorías literarias contemporáneas, donde términos como “intertexualidad” se utilizaban dentro de un marco crítico de conocedores del teatro, en el cual las ideas eran más importantes que el uso de los guiones, de acuerdo con la preparación teatral de los especialistas que allí se reunían. En la misma ocasión, Yara presentó un trabajo sobre “El teatro contestatario de Carmen Duarte”, en una mesa que compartió con Pedro Monge, mientras yo divulgaba la obra de José Corrales, “La sexualidad histórico-política de José Corrales” (1992), después en “Sistematización escénica de lo que no se dice” (1997) y “Rescatando a Flora Díaz Parrado” (2000). Finalmente, cuando Editorial Persona publica “Ceremonial de Guerra” de José Triana, Woodyard contribuye con un excelente prólogo sobre un autor que mucho admiraba.


Los mencionados congresos se celebraban en Lawrence, Kansas, donde también enseñaba otro ensayista de peso, el profesor Raymond Souza, especialista en Guillermo Cabrera Infante. Con Lawrence nos unen razones familiares, porque allí estudió su carrera de leyes nuestro hijo y nació nuestro nieto. Lawrence es un estupendo y “clásico” “college town”, donde se nutre lo mejor del pueblo norteamericano. Para nosotros, viviendo en Hawaii, era una experiencia respirar la atmósfera de autenticidad rural de las planicies del Medio Oeste norteamericano, incluyendo el aire frío de una primavera que no se desprendía del todo del invierno. Siempre me llamó la atención como era posible que en un paisaje tan exótico (porque eso lo que representa Kansas para mí) se hubiera podido gestar un congreso de esta naturaleza, donde se reunían estudiosos de la dramaturgia latinoamericana procedente de todas partes del mundo, y que un grupo nutrido de estudiantes en un paraje tan remoto y en un pueblo minúsculo en el corazón de los Estados Unidos, se empeñaran en leer y estudiar nuestro teatro, cuando bien pudieran estar haciendo otra cosa más productiva. Claro que específicamente se debía a la pasión individual de George Woodyard, a su interés por la dramaturgia latinoamericana, pero refleja también la conciencia colectiva del pueblo norteamericano, no siempre bien entendido, dispuesto a abrir sus puertas a otras culturas en busca de un mejor entendimiento.

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