El Mariel en La Otra Esquina de las Palabras
Olga Connor.
Nuevo Herald.
``Sus explicaciones eran, en cualquier caso, verosímiles. Hasta tal punto nos habían inoculado en la conciencia el miedo a las represalias políticas, y hasta tal punto todos trampeábamos al manifestar nuestras opiniones y deseos, que dos buenos amigos podían verse juntos ante una misma situación difícil sin que ninguno de ellos pudiera imaginarse con antelación cuáles iban a ser las reacciones del otro. Todo el país había aceptado como algo natural este sistema de ocultamientos y expresiones difusas desde muchos años atrás y el hábito de nunca revelar totalmente los pensamientos se practicaba de manera instintiva, como requisito tácito de la supervivencia'' (Del libro inédito del poeta Reinaldo García Ramos, Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel.
Ver el blog: Penúltimos Días.
Así reflexionó el autor, años después, acerca de la decisión de Andrés, uno de sus mejores amigos, quien, sin avisarle, sin invitarlo a irse con él, se asiló en la Embajada del Perú, junto a más de 10,000 personas, lo que impulsó en 1980 el éxodo del Mariel. El autor leyó fragmentos de su libro el viernes en La Otra Esquina de las Palabras, que dirige Joaquín Gálvez en el Café Demetrio de Coral Gables, conmemorando 30 años de ``ese hito en la historia de Cuba''. Lo acompañaron otros de la misma generación: Luis de la Paz y Laura Luna.
LA ESCORIA
En el acto, Reinaldo García Ramos, quien se asentó en Nueva York cuando llegó de Cuba, habló de cómo los llevaron de Las Cuatro Ruedas donde se congregaron santeros, proxenetas, prostitutas, homosexuales, presos comunes, locos, al campamento El Mosquito, antes de embarcarlos en medio de un caos horripilante. A todos les pusieron el nombre colectivo de ``escoria'', usado para la propaganda internacional, que el gobierno cubano se encargó de ilustrar con los pasajeros que montaron a la fuerza en los barcos, inclusive locos sacados del manicomio. El capítulo que leyó el poeta: El Mosquito, los perros, relata lo siniestro del sitio, una base militar cercada con alambradas, a cuatro horas de La Habana, donde ``había algo en el ambiente que causaba una impresión de riesgo físico''. De cerca pudo ver a los hombres en overoles grises y con la cabeza rapada, ``los viajeros que el gobierno ha elegido: los presidiarios que han visto la perspectiva del exilio como un mal menor'', pensó el autor. Para cuidarlos había soldados portando armas largas, y unos animales feroces: ``Unos pastores alemanes muy hermosos y fuertes, daban pequeños saltos de impaciencia y a cada rato soltaban ladridos de amenaza, para saludar a los recién llegados''.
LOS ACTOS DE REPUDIO
Antes, Rodolfo Martínez Sotomayor había presentado al panel con unas palabras que recogían el sentimiento de su generación, cuando un día los adolescentes de La Habana despertaron en una ciudad sitiada, ``donde se apedreaba a vecinos simplemente por ejercer su derecho de abandonar el país''. Montaban a los jóvenes en ``ómnibus repletos para llevarlos hacia los actos de repudio y a marchas cargadas de odio''. Así fue como perdió su inocencia política, sintiéndose traicionado por el estado y hasta por la familia. Recordó además con tristeza al profesor de su escuela secundaria, que censuraba a los que abandonaban el país, y las horribles consignas de la chusma en las concentraciones políticas.
LA MAS JOVEN
En 1980, Laura Luna era una adolescente de 19 años, hija de un preso político plantado y, por tanto, discriminada por compañeros y vecinos, injuriada aún antes de salir de Cuba. Cuando se graduó de San Alejandro y fue a examinarse al Instituto Superior de Arte junto a artistas hoy famosos, como Pepe Bedia y otros de su generación, no la dejaron matricularse. Su salida fue unos meses antes del Mariel con sus padres, en el intercambio que produjo el famoso ``diálogo'' para indultar a los presos políticos. Pero aunque se siente parte de ese éxodo, ella no participó en aquella reunión de pintores --todos hombres--, que fueron a la organización INTAR de Nueva York, en 1982, en la exposición 10 Out of Cuba (cuyo afiche trajo García Ramos, para destacar que en sólo dos años ya los artistas del Mariel mostraban sus obras). Luna tuvo que esperar para darse a conocer como artista plástica. ``La semilla que traje de Cuba la sembré aquí'', dijo. ``Yo soy ciudadana americana de la República de Miami''.
CAMPAMENTO INDIAN
TOWN GAP
Cada persona del éxodo del Mariel cuenta una experiencia similar, pero a la vez, diferente. Luis de la Paz dijo que lo que sucedió entre abril y septiembre de 1980 fue más que un hecho físico, fue un hecho cultural. Su travesía en el barco no fue todo, sino que tuvo que transcurrir un tiempo en el campamento de Pensilvania que habilitaron para los refugiados, el antiguo fuerte Indian Town Gap, al noreste de Harrisburg, la capital de Pensilvania, y alrededor del Memorial State Park. En 1980 tuvo una población de más de 19,000 refugiados cubanos. Algunas de esas experiencias las recogió en cuentos que aparecen en sus libros Un verano incesante, El otro lado y Tiempo vencido. Leyó esa noche Tarde 22, con referencias a la vida del campamento. ``Lo de la `generación del Mariel' va más allá de la edad'', comentó De la Paz. ``Muchos ya habían publicado en Cuba, otros no, nos unía que leíamos el mismo libro. El éxodo fue social, político y cultural, sirvió de enlace a los que ya estaban en el exilio con el nuevo autor cubano, que antes no se había podido comunicar''. •
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Así reflexionó el autor, años después, acerca de la decisión de Andrés, uno de sus mejores amigos, quien, sin avisarle, sin invitarlo a irse con él, se asiló en la Embajada del Perú, junto a más de 10,000 personas, lo que impulsó en 1980 el éxodo del Mariel. El autor leyó fragmentos de su libro el viernes en La Otra Esquina de las Palabras, que dirige Joaquín Gálvez en el Café Demetrio de Coral Gables, conmemorando 30 años de ``ese hito en la historia de Cuba''. Lo acompañaron otros de la misma generación: Luis de la Paz y Laura Luna.
LA ESCORIA
En el acto, Reinaldo García Ramos, quien se asentó en Nueva York cuando llegó de Cuba, habló de cómo los llevaron de Las Cuatro Ruedas donde se congregaron santeros, proxenetas, prostitutas, homosexuales, presos comunes, locos, al campamento El Mosquito, antes de embarcarlos en medio de un caos horripilante. A todos les pusieron el nombre colectivo de ``escoria'', usado para la propaganda internacional, que el gobierno cubano se encargó de ilustrar con los pasajeros que montaron a la fuerza en los barcos, inclusive locos sacados del manicomio. El capítulo que leyó el poeta: El Mosquito, los perros, relata lo siniestro del sitio, una base militar cercada con alambradas, a cuatro horas de La Habana, donde ``había algo en el ambiente que causaba una impresión de riesgo físico''. De cerca pudo ver a los hombres en overoles grises y con la cabeza rapada, ``los viajeros que el gobierno ha elegido: los presidiarios que han visto la perspectiva del exilio como un mal menor'', pensó el autor. Para cuidarlos había soldados portando armas largas, y unos animales feroces: ``Unos pastores alemanes muy hermosos y fuertes, daban pequeños saltos de impaciencia y a cada rato soltaban ladridos de amenaza, para saludar a los recién llegados''.
LOS ACTOS DE REPUDIO
Antes, Rodolfo Martínez Sotomayor había presentado al panel con unas palabras que recogían el sentimiento de su generación, cuando un día los adolescentes de La Habana despertaron en una ciudad sitiada, ``donde se apedreaba a vecinos simplemente por ejercer su derecho de abandonar el país''. Montaban a los jóvenes en ``ómnibus repletos para llevarlos hacia los actos de repudio y a marchas cargadas de odio''. Así fue como perdió su inocencia política, sintiéndose traicionado por el estado y hasta por la familia. Recordó además con tristeza al profesor de su escuela secundaria, que censuraba a los que abandonaban el país, y las horribles consignas de la chusma en las concentraciones políticas.
LA MAS JOVEN
En 1980, Laura Luna era una adolescente de 19 años, hija de un preso político plantado y, por tanto, discriminada por compañeros y vecinos, injuriada aún antes de salir de Cuba. Cuando se graduó de San Alejandro y fue a examinarse al Instituto Superior de Arte junto a artistas hoy famosos, como Pepe Bedia y otros de su generación, no la dejaron matricularse. Su salida fue unos meses antes del Mariel con sus padres, en el intercambio que produjo el famoso ``diálogo'' para indultar a los presos políticos. Pero aunque se siente parte de ese éxodo, ella no participó en aquella reunión de pintores --todos hombres--, que fueron a la organización INTAR de Nueva York, en 1982, en la exposición 10 Out of Cuba (cuyo afiche trajo García Ramos, para destacar que en sólo dos años ya los artistas del Mariel mostraban sus obras). Luna tuvo que esperar para darse a conocer como artista plástica. ``La semilla que traje de Cuba la sembré aquí'', dijo. ``Yo soy ciudadana americana de la República de Miami''.
CAMPAMENTO INDIAN
TOWN GAP
Cada persona del éxodo del Mariel cuenta una experiencia similar, pero a la vez, diferente. Luis de la Paz dijo que lo que sucedió entre abril y septiembre de 1980 fue más que un hecho físico, fue un hecho cultural. Su travesía en el barco no fue todo, sino que tuvo que transcurrir un tiempo en el campamento de Pensilvania que habilitaron para los refugiados, el antiguo fuerte Indian Town Gap, al noreste de Harrisburg, la capital de Pensilvania, y alrededor del Memorial State Park. En 1980 tuvo una población de más de 19,000 refugiados cubanos. Algunas de esas experiencias las recogió en cuentos que aparecen en sus libros Un verano incesante, El otro lado y Tiempo vencido. Leyó esa noche Tarde 22, con referencias a la vida del campamento. ``Lo de la `generación del Mariel' va más allá de la edad'', comentó De la Paz. ``Muchos ya habían publicado en Cuba, otros no, nos unía que leíamos el mismo libro. El éxodo fue social, político y cultural, sirvió de enlace a los que ya estaban en el exilio con el nuevo autor cubano, que antes no se había podido comunicar''. •
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