Saturday, February 9, 2008

Recordando a José Corrales.

Este trabajo dedicado a José Corrales, fue publicado en: TeatroMundial.com.

Cuestión de santidad

Por Matías Montes Huidobro.

Hermetismos de eros

En “Cuestión de santidad” confluyen y se refinan una serie de elementos que caracterizan el hermetismo escénico de Corrales. La obra es física, sexualmente explícita, corporal, fisiológica, biológica. Esto la ubica en un plano carnal primario con personajes que buscan en escena una expresión erótica al desnudo, sin cortapisas. Pero estas manifestaciones son, al mismo tiempo, ambiguas, insinuantes, refinadas, y si se quiere, mórbidas, perversas y decadentes; decididamente chocantes. El cuerpo se hace escénicamente palpable. Los personajes no salen de un constante estado de lujuria, con ellos mismos o con los demás, del mismo u opuesto sexo, tocándose, excitándose, besándose. Sin embargo, aunque puedan producir una sacudida violenta por el impacto de unas situaciones límites demasiado explícitas, no son ni ordinarios, ni groseros, ni vulgares, ni chabacanos (salvo en la medida que lo requiera la caracterización), ni “chancleteros”, y ello se debe a que existen dentro de un complejo contexto que trasciende la inmediatez del acto. Una serie de contradicciones configura el suspense de la obra, que requiere de parte del espectador un esfuerzo de desentrañamiento de un significado oculto, hermético. La relación corporal, primaria, busca un significado metafísico, último. Esto se hace por medio de un erotismo religioso sincrético y una intertextualidad contruidad por participante opuestos, ascendente y descendentes, contradictorios. Se crea así una especie de universo diferencial que es la cosmología de la obra.

Talento creador y marginación sistemática

Sirva el párrafo anterior para dar una medida de la importancia dramática de “Cuestión de santidad”, posiblemente la obra maestra de José Corrales (1937-2002), un dramaturgo de producción extensísima sin estrenar, particularmente en Miami, que es un arquetipo de “una dramaturgia sin escenario”. Su voluntad de teatralización, sin embargo, lo llevó a crear un sólido cuerpo dramático, del que dejan constancia las obras que se han publicado, aunque otras muchas permanecen inéditas. Con motivo de su muerte, la revista “Caribe” le dedicó un número especial (Vol.4, N. 2; Vol. 5, N. 1), que puede servir de guía para indagaciones más profundas sobre su obra.

Desde hace muchísimo tiempo he estado interesado en la misma y me cupo el privilegio de haberle rendido homenaje repetidamente a través de investigaciones críticas, publicaciones y conferencias. Mi interés y admiración se inicia hace muchos años cuando en 1987 publicamos en la revista “Dramaturgos”, que dirigíamos Yara y yo, la segunda parte de “Un vals de Chopin”. Al año siguiente, en otro proyecto nuestro, Editorial Persona, apareció “Las hetairas habaneras”, sobre la que presenté un trabajo en la reunión del Círculo de Cultura Panamericano de 1987. Sin embargo, en Miami, nunca se le prestó mucha atención. La última visita que hizo a esta ciudad fue en el año 2000 cuando Yara González-Montes lo invitó a participar en un Seminario en Florida Internacional University que organizó bajo el título de “Africanía y Teatro”. La invitación fue llevada a efecto a nivel personal por González-Montes, como organizadora de la sesión, sin el financiamiento que se les da a las figuras de bombos y platillos que asisten como invitados especiales. De su presencia sólo quedó constancia una breve referencia en El Nuevo Herald, dentro del contexto general de esa presentación, una entrevista en el Diario de las Américas que le hizo Luis de la Paz, y quizás alguna otra vaga referencia. Posteriormente, con motivo de su gravedad, publiqué un artículo en el Diario de las Américas, y tuvo que morirse para servir de titular en las notas necrológicas de ambos diarios. Afortunadamente, poco antes de su muerte, el Instituto Cubano Americano de California le otorgó el Premio La Palma Espinada, al que asistió casi sin poder valerse por sí mismo.

Las verdades en la mollera

Sus obras, salvo un texto en colaboración con Dumé, no se han representado en Miami, donde los promotores de la actividad teatral en esta ciudad prefieren rendirles homenaje a Abilio Estévez, Alberto Pedro, Gerardo Fulleda León, Abelardo Estorino, Raquél Carrió, etcétera, etcétera, etcétera, y a declarados invitados marxistas, ante la mayor indiferencia colectiva y la irresponsabilidad más absoluta. No hay nada objetable en reconocer el talento de aquellos que se lo merecen, pero no a expensas de ignorar sistemáticamente el trabajo que aquí se ha venido realizando, como es el caso de José Corrales, que escribió teatro contra viento y marea. Sé que me repito, pero algunas personas necesitan la repetición para que les entre las verdades en la mollera, si es que les entra.

Hedonismo político

José Corrales no escribió un teatro político, pero su escritura es en sí misma un hecho político. Su dramaturgia se concentra en la sexualidad y coloca el principio hedónico por encima de todo compromiso ideológico, lo cual es en sí mismo una afirmación revolucionaria. Su aparente apoliticismo pudiera ser objetable, pero teniendo en cuenta que el castrismo trató de asfixiar mediante procedimientos represivos el derecho del ser humano a la libertad en todas sus manifestaciones, incluyendo la sexual; imposibilitando la felicidad de los órganos y del espíritu, nos encontramos que la obra de Corrales es políticamente significativa. El simple hecho de que escribiera en Nueva York lo que en la década de los setenta no se podía escribir en Cuba, politiza automáticamente el texto.

De hecho, es sorprendente que los implícitos y explícitos planteamientos eróticos de Corrales, particularmente a niveles de la cultura “gay”, no le hayan abierto las puertas del teatro en una ciudad como Miami, donde el todovale del culto al sexo (homosexual, bisexual, heterosexual), es el pan nuestro de cada día, y donde reside una de las comunidades “gay” más extensas del país, con celebraciones que encabezan los cintillos de los periódicos. Inclusive, Corrales toma elementos de esta cultura y los trascendentaliza, irónicamente a veces, como al final de “Cuestión de santidad”, que no puede ser más llamativo y carnavalesco cuando sale el protagonista desnudo y, como Medea, se monta en el carro que se revela detrás de la pantalla, saliendo de escena entre hojas verdes que lo llevarán al cielo.

Homoerotismo metafísico

Lo que pasa es que al mismo tiempo es un atormentado, más cerca de Fassbinder que Almodóvar. Su tratamiento de las relaciones sexuales trascienden los límites de la heterosexualidad y homosexualidad yendo más allá del abc de las penetraciones orgánicas, que no pasan de ser golpes de taquilla, para adentrarse en los complejos recovecos de las relaciones personales. Aunque Corrales está a veces muy cerca de lo pornográfico, es en todo caso una pornografía ritualista, trascendente, metafísica.

La autenticidad de la desesperación erótica que transpiran los personajes, como si la sudaran, da a la dramaturgia de Corrales un relieve muy especial. Hay en la existencia de ellos y en la sexualidad que siempre está latente y palpitante, una complejidad interna que trasciende la trivialidad de otros textos que se aproximan a las relaciones entre los individuos del mismo sexo con un erotismo vulgar y de pacotilla que no difiere por lo banal y explícito de la sexualidad entre personas de sexos diferentes. Lo que da categoría estética y dramática a la sexualidad es la complejidad subyacente de las relaciones humanas y no las situaciones explícitas, las referencias anales y fálicas, el lenguaje ordinario y soez, que de ser necesario tiene que surgir del fondo mismo del alma e inclusive de los órganos, como es en su mayor parte el caso de los personajes de Corrales. El beso homoerótico de Corrales no es con frecuencia el beso de Eros sino el beso de la Muerte, dándole categoría trágica.

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