Saturday, January 28, 2012

VIVIR POÉTICAMENTE / Álvaro Alba

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Foto cortesía de Iván Cañas.

Palabras pronunciadas por Álvaro Alba, en la presentación del libro DÍAS YA VACÍOS de Elena Tamargo en Akuara Teatro: Sala Avellaneda. Bluebird Editions, 2012.


Cortesía de La Primera palabra.
viernes 27 de enero de 2012


VIVIR POÉTICAMENTE / Álvaro Alba

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Toda la poesía del mundo se puede sintetizar en un solo poeta: Elena Tamargo Cordero. Ella es la más universal de todos los poetas cubanos de su generación. Fue desde una bahía al norte de Cuba hacia La Habana y de allí viajó tanto en el lenguaje como físicamente, reconociendo ella que -

Era un pueblo de mar y yo nací.

La filología alemana fue el inicio, y fue la chispa. Comenzó por una lengua difícil, cuando otros en la Colina preferían la literatura inglesa o francesa. Siempre dijo que los misterios germanos le venían desde su natal Cabañas. Esa perfección en su estudio, esa puntualidad y corrección en las tareas es de alemanes, y Elena era puntual, perfecta en sus notas y meticulosa en su trabajo.

Y es que el romanticismo alemán fue su tema preferido y su poeta, Johann Christian Friedrich Hölderlin. Disfrutaba ese modo de hacer poesía conjugándolo con la reflexión germana. En alemán y con Hölderlin, comprendió e interiorizó que ser poeta era una “profesión de fe completa”, como confesó en cierta ocasión el genial y atolondrado poeta en una carta a su madre.

Tradujo Elena del alemán versos de ese clásico y con orgullo los presentaba. Fue la literatura y la filosofía alemana un castillo de valores que fue cimentando la cultura universal de aquella recién graduada universitaria.

En el dolor humano, en el dolor espiritual, está el origen de su poesía y este dolor marcó toda su obra. Ella comprendió que la esencia de la poesía se halla cuando el poeta queda consigo mismo en la suprema soledad de su destino. Tenía ella llevaba enraizada la poesía en su corazón, como el poeta alemán.

He visto a pocos con tanta fe en la poesía, o quizás Elena ha sido la única a quien he conocido con ese compromiso, consciente y predicando el origen divino de la poesía. Tenía ese concepto perenne de lo poético para ver el mundo. Era su prisma. Había poesía y separado - todo lo demás del mundo. Y el poeta es sagrado, divino, elevado, es casi un mensajero de Dios, un elemento celestial. Ella compaginaba lo universal de la poesía con el dolor del poeta. Y terminó escribiendo con ese sentido trágico de la vida propia de aquellos alemanes clásicos del romanticismo.

Fue su poesía inicial carente de consignas o llamamientos ideológicos. No se propuso ser una “ingeniera del alma”. Rechaza la labor, confesando que –

Los más elementales atisbos de política,
los efectos y causas me eran también ajenos.

En la poesía alemana disfrutaba lo mismo un clásico medieval, como lo era Holderling, como al moderno, Paul Celan, a quien consideraba como el más grande del siglo XX.

De la literatura y poesía germanas se traslada a la rusa con una inmersión total. Deja las aulas cubanas para pasar a los salones de Moscú, donde se recitaban poemas perdidos, olvidados y prohibidos. Llega en una de las etapas más importantes de la historia de ese país –la perestroika. Consideraba un privilegio el vivir la perestroika en Moscú.

Allí descubrió la obra poética de Anna Andreevna Ajmatova y Marina Ivanovna Tsvietaeva que se le abren en toda su dimensión y dolor; y páginas de la historia que estuvieron por años selladas, prohibidas o mutiladas.

También Serguei Alexandrovich Esenin, Alexander Alexandrovich Blok, Osip Emilievich Mandelshtam y Vladimir Vladimirovich Mayakovsky, los poetas del Siglo de Plata, esos que con nombres propios van de la poesía rusa a la soviética, al margen del realismo socialista. Son románticos, llenos de tragedia y dolor; a la mejor manera del alma rusa. Cada vida destrozada de un poeta bajo el estalinismo tenía para ella un simbolismo.

Si tenía que releer algún poeta de esos, Anna A. Ajmatova era la preferida. Tenía una reproducción del boceto que hiciera en 1911 Amadeo Modigliani a la entonces joven poeta rusa en París que acompañaba a Elena de ciudad en ciudad, de casa en casa.

Ella se apropió también del dolor de la poesía rusa, con la tragedia perenne del poeta eslavo. En el ambiente literario de Moscú disfruto los versos de aquellos que se iban abriendo paso de nuevo en las editoriales, y oía, de primera mano, a autores clásicos como Yevgueni Alexandrovich Yevtushenko y compartió con Lev Nikolaevich Gumiliov, el hijo de Anna Andreevna Ajmatova y Nikolai Stepanovich Gumiliov. Detenido Lev durante el estalinismo, cargando las culpas de su padre y los poemas de su madre.

Visitó en la entonces ciudad de Leningrado, la casa No. 34 de la calle Fontanka, donde por más de 20 años vivió Ajmatova, la poetisa que idolatraba. Gustaba Elena no solo de recitar el Réquiem sino de repetir, para que otros supieran ese importante mensaje que lanza la poetisa rusa en un fragmento de su corto, pero monumental poema Réquiem –

-¿Y usted puede describir esto?
Y yo dije:
-Puedo.

Esa fue entonces la tarea de Elena, describir el dolor. Asumió como Ajmatova la misión de contar lo que viera, lo que sintiera. Esa tarea poética de mostrar el dolor que escapa a la vista de otros, del dolor personal, familiar, nacional, universal, del dolor humano y animal. El estoicismo de Ajmatova para soportar el dolor personal y hacer de él poesía, era su paradigma.

Aprovechó aquella época dorada para conocer y ver más. Recordaba que al visitar la casa donde vivió el poeta turco Nazim Hikmet, le venía a la mente un libro publicado en La Habana en los años 70, titulado Duro oficio el exilo, sin imaginar ella que llegaría un día a ser exiliada.

En México, vive como exiliada, primero con la zozobra por el permiso retenido en La Habana para que su esposo Osvaldo Navarro y su hijo Nazim pudieran viajar al D.F. Dice que allí se curó de la nostalgia de exiliada, para curarse de toda remembranza o arrepentimiento.

Allí no abandona la academia y obtienen un doctorado en lenguas modernas en la Universidad Iberoamericana de Ciudad México. Su tesis doctoral fue dedicada al poeta Juan Gelman, quien nació en la Argentina, de padres inmigrantes judíos ucranianos y que vive todavía en México. Y con que entabló una profunda amistad.

Elena en el mismo prólogo confiesa que el exilio es un duelo y ese exilio fractura al hombre en dos: el que asume lo contingente de la vida cotidiana y el que no tiene materialidad, y vive solo en lo ilusorio de la memoria, que trata de recuperarlo.(1)

Supo ella encontrar las estrategias del lenguaje y de la memoria en el poeta exiliado, y militante. Fue tejiendo un puente entre exilio y memoria, muerte y memoria y poesía y memoria.
Asumió el verso del poeta estudiado –

Como si la soledad extrema del exilio me empujara a buscar raíces
en la lengua, las más profundas y exiliadas de las lenguas.

México fue su segunda patria. Llegó en 1992 y se naturalizó el 25 de octubre del 2000. Fue escogida para hablar ante el presidente en esa ceremonia y su discurso frente a Ernesto Zedillo, fue de un tema: el poeta.

Elena recordó allí a los poetas que acogió el suelo mexicano, mencionando a los cubanos José Martí, José María Heredia y a los españoles Luis Cernuda y León Felipe. Rindió homenaje a los mexicanos Octavio Paz, José Juan Tablada y al cantautor José Alfredo Jiménez.

En el discurso el mandatario precisó: Con razón dijo hace un momento Elena Tamargo -y me conmovió mucho escucharla- que México es, además, tierra de poetas; nos dijo: "casa-refugio de poetas que han sido obligados a dejar su palabra natal".Bueno, bienvenidos por supuesto los poetas porque nunca ningún país, ningún pueblo, ninguna Nación tendrá suficientes poetas, y bienvenidos todos ustedes, mujeres y hombres de distintas profesiones, oficios y ocupaciones.(2)

Con orgullo afirmaba que en esa tierra aprendió la hermenéutica, que le apoyó el conocimiento del alemán para entenderla y aplicarla. Con esa lógica alemana, nada común en Cabañas, fue elaborando su impresión de otros mundos transcendentales, buscaba una relación lógica con el lenguaje. Buscaba siempre reflexionar, no analizar ni memorizar.

En la capital mexicana fue compaginando el periodismo con la docencia, lo mismo en grandes diarios que en proyectos audaces de revistas y semanarios.

Y aquel país marcó los dolores más profundos y fuertes que llevaba Elena. Falleció Osvaldo allá, y un día le anunciaron la enfermedad que no gustaba de mencionar, por aquello de la fortaleza de la palabra. Con valentía asumió el reto de operación y tratamiento, sin abandonar nunca el aula, dando clases, conferencias, leyendo poesías para educar. De aula al quirófano, del auditorio de conferencias a las sesiones de radiación. Nadie le oyó quejarse, lo hacía con fe y esperanza. Ella consideraba que su poesía era una cicatriz perenne, (poema sobre la carne), abierta constantemente sobre la carne.

A diferencia de los poetas alemanes que ella amaba, la soledad nunca fue su estilo. La familia y sus amigos eran sus constantes. Su casa, donde estuviera, era un santuario de la amistad, procurando que hubiera claridad y luz, amistad y paz.

Esta es mi casa a una gran distancia
Pero ahora solo me importa la luz de su ventana
esa luz está ahí porque él la encendió
y el agua del pastor llega a mi boca

Dejó atrás el D.F. y los planes literarios y el pedestal docente para comenzar una nueva etapa de su vida en Miami. Decía que aquí quería vivir y sanarse. Volvió al periodismo, a las entrevistas, a las fotos, a preguntar y nunca por muy de farándula que fuera el personaje a entrevistarse, dejaba ella de darle un toque serio e intelectual a la entrevista. Sabía encontrar un filo del alma a cada personaje.

Hay sitios que recorre en su poesía que toma para sí – claro que La Habana es uno de ellos, así titula un poemario Habana Tú, pero era de ella también. Cabañas, es el Génesis y vienen Bakú, Sajalin, Moscú, Santo Suárez, DF, Atenas, Samarcanda, Bronx, Monterrey, Neva, etc.

Y en ellos están - Osvaldo Navarro y Nazim Navarro. Él es el poeta, y el hijo presente, quien empina papalote, el nombre escogido,

Era su propósito en la poesía el buscar que los muertos se levanten, que caminen los fallecidos, que la vida prosiguiera, que no se acabara. La eternidad como punto final.

Al tiempo que andaba con esa universalidad a cuesta, sin proponérselo. Tenía el alma cubana a flor de piel. Nunca dejó de sentir el punto guajiro cubano, la trova del Caribe, sin importar donde viviera. El día de su cumpleaños no tenía mejor regalo que unos repentistas levantando la voz y afinando las guitarras. Para Elena el campo cubano, en especial Cabañas, con su bahía y ese entorno de isla, costa, campo, montaña, le unía a toda Cuba. Y esos repentistas, con voz de campo y amanecer iban hilvanando notas y rimas que la hacían vivir de nuevo en la isla.

Un cuadro, una montura, algún farol tiznado
y las espuelas hincan la pared.

Tuvo el inmenso privilegio de compartir con grandes poetas, escritores de todo el mundo, sin dejar de ser modesta. De contar con humildad de los encuentros con Mario Benedetti, con Juan Gelman, Lev N. Gumiliov, Eliseo Diego.

Sus proyectos siempre eran permanentes. Para dar sentido a la vida, y lo mismo dando conferencias, clases o recitando. Con paciencia de educador impartía clases por Internet en varios centros educacionales mexicanos. Y les dedicaba más horas a sus estudiantes que las retribuidas. Pero por eso era Profesora, con mayúscula.

Lo que tenemos delante es un compendio de sus obras publicadas y varios poemas inéditos. Aquí están sus poemas de los 80 en La Habana, los escritos en el período moscovita, los que reflejan el paso por México y los de Miami. Algunos inéditos también aparecen en este trabajo que viene de la mano de Manny López y Heriberto Hernández. Y va aquí también un especial agradecimiento a la editorial Bluebird que ya ha editado a 15 autores, cubanos y húngaros. Trayendo a esta ciudad poemas y ensayos de Atlanta, Miami, New York y Budapest. Los editores escogieron fragmentos de su obra publicada para tenerlos a mano en un solo libro. Y en el aparecen los versos iniciales de Elena y los inéditos.

Con dignidad afrontó su enfermedad, e inclusive dejo sin terminar una novela sobre el como afrontarla. A pesar de todos los diagnósticos, todos los tratamientos, ella continuaba laborando. Nunca dejó de caminar al teatro, que fue quizás su último refugio. Disfruto como nadie en esta ciudad el último festival de teatro. Iba a todas las obra, y escribía. No era una asistente pasiva. Recuerdo verla aquí en este teatro durante el estreno de El Banquete Infinito el verano del 2011.

Cuando iba a una obra volcaba su sabiduría en las reseñas, que se convertían en casi ensayos sobre el teatro que aparecieron entonces en la prensa local.

Se negaba a dejar de pensar, de crear, de tener proyectos. Y soñaba con vivir en un pequeño pueblo al lado del mar, como recordaba su colega y amiga Elvira de las Casas al fallecer Elena. Partió precisamente un día que todos esperaban oír de sus labios los poemas. Y este libro en especial, que ella no deja vacío, sino lleno de poesía.
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