Friday, April 30, 2010

Salir al teatro, ¿la muerte de una actividad social?




Salir al teatro, ¿la muerte de una actividad social?


By ARTURO ARIAS-POLO
NUEVO HERALD.

Hace unos días asistí a la reposición del monólogo Josefina la viajera en Teatro en Miami Studio, donde Grettel Trujillo demostró una vez más su rango de primera actriz en una encomiable puesta de Rolando Moreno. Esa misma noche, en Coconut Grove, Juan David Ferrer y Ariel Texidó se lucían en Talco, un estreno que Alberto Sarraín llevó a la escena del teatro Abanico, mientras que los habitués del Teatro 8 se divertían a costa de El amor y otros pecados, un montaje de Marcos Casanova protagonizado por dos actores de puntería, Margarita Coego y Jorge Hernández. En una noche, sólo en Miami, se presentaron tres espectáculos teatrales diferentes con figuras de probada calidad. Al otro día, en Bellas Artes, la compañía de Néstor Cabell complacía a los fanáticos de la comedia musical con Lo que está pa'ti.

Alguien dirá que es suficiente para una ciudad en que siempre han primado los espectáculos hablados en inglés. Discutible, pero no voy a referirme a ese tema ahora. Quiero centrarme en algunos aspectos que conspiran en contra del desarrollo de nuestra vida cultural y, en el caso específico del teatro, se convierten en su enemigo.

Pese al esfuerzo y los aciertos de un creciente grupo que llena la cartelera de producciones en español semana tras semana, todavía resulta ilusorio afirmar que el público hispanoparlante vive plenamente el ambiente teatral. De hecho, muchos creadores se quejan de que su empeño no siempre se ve recompensado con la respuesta masiva del público, porque la mayoría de las veces los medios locales no respaldan su gestión. Y es que para que el hecho artístico vaya más allá del aplauso fugaz y trascienda a la comunidad se necesita que esa misma audiencia repita la experiencia, la divulgue y la convierta en tema de conversación en el hogar, la escuela, la oficina y los programas de radio y televisión.

¿Puede fácilmente un ciudadano común gastarse cerca de $60 con su pareja para ver una obra que sólo se anunció en los dos diarios importantes de la ciudad, con artistas que no tienen roles estelares en las telenovelas? ¿Su bolsillo le permitiría llevar a sus hijos al teatro, a sabiendas de que la inmensa mayoría de las obras no están pensadas ``para toda la familia''? Si a estas razones sumamos que vivimos en una urbe diseñada para moverse en automóvil, al costo del boleto habría que añadirle el precio del estacionamiento, que si aparece, oscila entre los $5 y $10. Y ni hablar de aquella costumbre que teníamos en nuestros países, o cuando visitamos Nueva York o Chicago, de salir caminando del teatro e improvisar una tertulia en el café de al lado para comentar la obra que vimos, con la seguridad de encontrarnos con un viejo amigo o con los mismos actores que acabamos de aplaudir. ¡Imposible!

Teatro en Miami Studio está en la planta alta de una gomera ubicada en una zona desierta de la Calle Ocho. Si no maneja, es difícil encontrar un sitio donde disfrutar una velada después de la función. Lo mismo ocurre con Teatro 8 y Bellas Artes. En este último, por cierto, la magia se esfuma con sólo entrar al vestíbulo, donde en repetidas ocasiones el público es víctima de una descarga de música enlatada y ajena al espectáculo que verá después. Pese a que el Teatro Abanico no tiene esos problemas, por estar situado en un área repleta de restaurantes y cafés, la odisea de encontrar un parqueo --y su costo-- conspiran en contra de su fácil acceso. ¿Dónde se reúnen los tertulianos que asisten a Havanafama Teatro Studio, reabierto a pocos pasos de la Calle Ocho? Si no caminan una cuadra hasta La Gran Vía, tendrán que tomar su auto para paladear un café.

Huelga decir que las pequeñas salas no son las únicas que padecen este aislamiento. Si usted es asiduo a los espectáculos musicales que suelen presentarse en el Teatro Manuel Artime, Teatro Roca del Colegio Belén y hasta en el mismísimo Dade County Auditorium, que sí dispone de un amplio estacionamiento gratuito, tampoco escapará de los altos precios de los boletos, ni de la muerte por inanición alimenticia y social. Penosamente, el Teatro Trail de la Calle 8 y la 37, otra guarida del teatro en español, no figura en esta lista porque volvió a cerrar sus puertas.

El desarrollo de una ciudad no sólo se mide por su cantidad de expressways y centros comerciales, ni por el número de vuelos que reciba su aeropuerto. Para que el teatro se mantenga vivo necesita, entre otros alimentos, del tú a tú, los encuentros espontáneos y esa complicidad que genera ser testigos de la irrepetible fantasía de la escena. Algo difícil que se produzca con tantos obstáculos.

Y del futuro no hablemos. Lo preocupante es que nada garantiza la existencia de un público habituado al teatro en los próximos años. Hasta ahora, y salvo algunos proyectos aislados, las opciones de espectáculos teatrales para niños se reducen al trabajo del Cirko Teatro de Hialeah Gardens, el Centro Cultural Español, las visitas de Teatro Avante a las escuelas públicas, la labor del grupo de Rita Rosa Ruesga, la sesión en español del Festival Internacional del Arte de Contar Cuentos y las funciones que el Festival Internacional de Teatro Hispano dedica al público infantil, una vez al año. Eso es nada.

Si los niños de hoy no van al teatro, ¿quiénes irán mañana? •

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