LA ÚLTIMA FUNCIÓN
Obra original de Abilio Estévez
Dir: Llilliam Vega
Actores: Rosario Suárez / Julio Rodríguez
Dir: Llilliam Vega
Actores: Rosario Suárez / Julio Rodríguez
Por Juan Cueto-Roig
(Función del sábado 28 de agosto, 2010)
Según nota en el programa, Abilio Estévez escribió esta obra en Barcelona. Su forma original fue un monólogo titulado Yo soy la bailarina de mi sueño, y su motivación fue el amor, el respeto y la admiración del autor por la mítica ballerina Rosario Suárez (Charín).
La última función se presentó en estreno mundial el pasado 27 de agosto en el Teatro Byron Carlyle de Miami Beach, con sucesivas funciones el 28 de agosto, y el 3 y el 4 de septiembre.
La obra despertó el interés de una amplia variedad de personas. En el público se encontraban el dramaturgo Matías Montes Huidobro y su esposa la escritora Yara Montes, Alina Fernández Revuelta, Carlos Alberto Montaner y su esposa, Manny López (el dueño de Zu Gallery), y el actor Francisco Gattorno, entre otras personalidades.
La idea de Estévez es excelente, por eso duelen tanto los detalles negativos. En mi opinión, el texto podría mejorarse si se eliminaran dos o tres situaciones y frases que lindan con lo cursi, y ciertas referencias «folclóricas», como la mención de Marianao y La esquina de Tejas, lo cual daría a la obra un carácter menos regional. Esto no quiere decir que se deba omitir la nacionalidad y circunstancias propias de la protagonista, por el contrario, sólo que esos aspectos no se deben resaltar con trivialidades que parecen insertadas sólo para hacer reír a determinado público. También podría haberse hecho una sutil alusión al «personaje» o «personajes» (por supuesto, sin citar nombres) que obstaculizaron la carrera de la bailarina.
El vestuario dejó mucho que desear; y la iluminación debió haber sido manejada con mayor efectividad, sobre todo en la parte final: La Muerte del cisne.
La actuación de Julio Rodríguez fue aceptable, aunque no logró (y esto no es culpa suya, sino del libreto) demarcar las transiciones entre los caracteres del maestro, del padre y del amante.
Pero ahí estaba Charín, y su sola presencia basta para impartirle calidad suprema a cualquier espectáculo. Y lo más sorprendente en este caso (aunque no debería serlo, ya que ella ha sido siempre una gran intérprete) fue la calidad histriónica que demostró en su debut como actriz dramática, pues logró expresar en forma orgánica y mesurada la angustia existencial de su personaje, con una legitimidad que le brotaba del rostro, de los ojos, de cada poro de su cuerpo.
También hay que celebrar la perfecta dicción de la prima ballerina devenida actriz, con su bien timbrada voz, sin caer nunca en un decir o actuar melodramático. Con el mérito adicional de que sus parlamentos están intercalados entre fatigosas escenas de baile y su constante desplazamiento por todo el escenario.
Afortunadamente para su legión de admiradores, ésta no será la última función de una gran bailarina y actriz, sino la primera de una gran actriz y bailarina.
(Función del sábado 28 de agosto, 2010)
Según nota en el programa, Abilio Estévez escribió esta obra en Barcelona. Su forma original fue un monólogo titulado Yo soy la bailarina de mi sueño, y su motivación fue el amor, el respeto y la admiración del autor por la mítica ballerina Rosario Suárez (Charín).
La última función se presentó en estreno mundial el pasado 27 de agosto en el Teatro Byron Carlyle de Miami Beach, con sucesivas funciones el 28 de agosto, y el 3 y el 4 de septiembre.
La obra despertó el interés de una amplia variedad de personas. En el público se encontraban el dramaturgo Matías Montes Huidobro y su esposa la escritora Yara Montes, Alina Fernández Revuelta, Carlos Alberto Montaner y su esposa, Manny López (el dueño de Zu Gallery), y el actor Francisco Gattorno, entre otras personalidades.
La idea de Estévez es excelente, por eso duelen tanto los detalles negativos. En mi opinión, el texto podría mejorarse si se eliminaran dos o tres situaciones y frases que lindan con lo cursi, y ciertas referencias «folclóricas», como la mención de Marianao y La esquina de Tejas, lo cual daría a la obra un carácter menos regional. Esto no quiere decir que se deba omitir la nacionalidad y circunstancias propias de la protagonista, por el contrario, sólo que esos aspectos no se deben resaltar con trivialidades que parecen insertadas sólo para hacer reír a determinado público. También podría haberse hecho una sutil alusión al «personaje» o «personajes» (por supuesto, sin citar nombres) que obstaculizaron la carrera de la bailarina.
El vestuario dejó mucho que desear; y la iluminación debió haber sido manejada con mayor efectividad, sobre todo en la parte final: La Muerte del cisne.
La actuación de Julio Rodríguez fue aceptable, aunque no logró (y esto no es culpa suya, sino del libreto) demarcar las transiciones entre los caracteres del maestro, del padre y del amante.
Pero ahí estaba Charín, y su sola presencia basta para impartirle calidad suprema a cualquier espectáculo. Y lo más sorprendente en este caso (aunque no debería serlo, ya que ella ha sido siempre una gran intérprete) fue la calidad histriónica que demostró en su debut como actriz dramática, pues logró expresar en forma orgánica y mesurada la angustia existencial de su personaje, con una legitimidad que le brotaba del rostro, de los ojos, de cada poro de su cuerpo.
También hay que celebrar la perfecta dicción de la prima ballerina devenida actriz, con su bien timbrada voz, sin caer nunca en un decir o actuar melodramático. Con el mérito adicional de que sus parlamentos están intercalados entre fatigosas escenas de baile y su constante desplazamiento por todo el escenario.
Afortunadamente para su legión de admiradores, ésta no será la última función de una gran bailarina y actriz, sino la primera de una gran actriz y bailarina.