Arturo Arias-Polo
El Nuevo Herald l 04/27/2012.
Tal vez un joven nacido en libertad no se cuestione el tema. Pero si
por alguna razón le interesara saber hasta qué extremo el miedo puede
hacer estragos en la vida de un hombre bajo un sistema totalitario,
sería bueno que se diera una vuelta por el Teatro Abanico, donde se está
presentando Cartas de amor a Stalin, del dramaturgo español
Juan Mayorga basado en el supuesto encuentro entre el escritor soviético
Mijail Bulgákov, una de las tantas víctimas de la censura estalinista
en la década de 1930, y el dictador Joseph Stalin.
Mientras disfrutaba la puesta del drama, no dejé de pensar en
aquellos artistas que fueron condenados al ostracismo en la plenitud de
sus carreras por pensar diferente. Creadores que, si lograron sobrevivir
la censura, cuando retomaron su labor, dentro o fuera de sus países, en
la mayoría de los casos no lograron igualar el éxito de su etapa
fecunda.
Al ver la veintena de jóvenes que ocupaban la sala de Coconut Grove
me pregunté qué podrían decirles aquellos personajes que, desde el
escenario, desempolvaban un conflicto cuyas secuelas persisten hasta hoy
en Cuba y otros sitios donde muchos artistas aún no se atreven a
ventilar sus pensamientos a viva voz, pese a las últimas aperturas, por
temor a las consecuencias.
En la trama de Mayorga, Bulgávok especula sobre qué pudo haberle
dicho Stalin en aquella llamada telefónica interrumpida “por alguien”
antes de completarse el mensaje.
“¿Estás seguro que era él, no sería un impostor?”, le pregunta Yelena
Bulgákova, la esposa del intelectual, quien, en un arranque de
ingenuidad, ruega a los actores del Teatro de Arte de Moscú y hasta el
mismísimo Constantín Stanislavski, su director, que la incluya a ella y
su silenciado marido en la próxima gira al extranjero.
El recuerdo de la fatídica llamada, leitmotiv de la obra, se
convierte en obsesión para el escritor y móvil de la acción, al tiempo
en que la llegada del dictador, “ángel salvador” que le despejará todas
sus dudas, aumentará su confusión y la dependencia de su verdugo hasta
el minuto final.
Cartas de amor a Stalin plantea un duelo entre víctima y
victimario que seduce desde la primera escena gracias al montaje de
Alberto Sarraín, quien ensambló un espectáculo contenido valiéndose de
la escenografía funcional de Alaín Ortiz, el atinado diseño de luces de
Pedro Remírez y el trabajo de un trío cuya presencia no es muy frecuente
en la escena local: Mauricio Rentería, Mabel Roch y Larry Villanueva.
Precisos en el fraseo y el dominio del espacio, el grupo ofrece un
desempeño encomiable –reforzado por su fuerte presencia escénica, el
acertado vestuario de Luis Suárez y el maquillaje de Adela Prado–, que
le permite transitar a su antojo por los pasajes más “realistas” y
aquellos que bordean lo farsesco en esta fantasía teatral sobre un
período nefasto de la historia.
Decir cuál de los tres estuvo mejor sería minimizar el atormentado
Bulgákov de Rentería, con sus exabruptos y su vulnerabilidad a flor de
piel, cuando enfrenta al dictador y en los momentos en que se refugia en
sus brazos buscando “protección”.
Pero tampoco se podría ignorar la sobriedad que le imprime Roch a su
Yelena, indulgente por momentos, soberbia en otros, desmoralizada en la
medida que se agotan sus esperanzas de escapar de la pesadilla
moscovita.
El personaje de Stalin, un bocadillo apetitoso reservado sólo para
quienes sean capaces de explotarle todas sus aristas, encuentra en
Villanueva al intérprete ideal. Su dominio de las transiciones, el
sarcasmo que le imprime a cada línea y la energía que lo acompaña hasta
el cierre hacen inolvidable su entrega.
“Me gustaría ver la obra, porque, por mucho que me lo expliquen, me
cuesta entender que alguien me diga cómo debo hacer mi trabajo”, me
comentó un conocido artista plástico cubano-americano que no ha vivido
en carne propia la censura.
Hace unos días, una pareja de jóvenes actores cubanos desconocidos,
residente en la isla, desaprovechó la oportunidad de presentarse en el
Tribeca Film Festival, donde se estrenó Una noche, una película sobre la
tragedia de los balseros protagonizada por ambos, para “desaparecer”
del aeropuerto de Miami, una vez que pisaron tierra firme.
Ignoro su trayectoria y dudo si habrán tenido tiempo de rogarle a un
burócrata para que les permitiera salir de la isla a respirar aire puro.
Tampoco me atrevería a asegurar que conocen el viacrucis de tantos
artistas que a lo largo de la historia hicieron lo imposible, sin
resultados, por desarrollar su obra en libertad, ni mucho menos, quién
fue Mijail Bulgákov.
Tal como los personajes que representaron en pantalla, estos jóvenes
tomaron “la justicia por su mano” y agarraron las riendas de su destino.
Sería bueno saber qué piensan de Cartas de amor a Stalin.
•
Teatro Abanico, 3138 Commodore Plaza, Coconut Grove.
Funciones: viernes y sábados 8:30 p.m. y domingos 5 p.m.
Información y reservaciones: (305) 993-9657.
Funciones: viernes y sábados 8:30 p.m. y domingos 5 p.m.
Información y reservaciones: (305) 993-9657.
No comments:
Post a Comment