Tuesday, December 13, 2011

Javier Iglesias.


EL CUERPO EN PALABRAS

Hoy escribí un poema terrible

a una dama herida

en la profundidad de su existencia

por el destino.

Son letras grabadas en la espalda

de esa mujer

que se niega a interrumpir su andar

dejando sus lágrimas

- huellas innecesarias –

para no perderse entre los vacíos

de esta ciudad húmeda y adoloridas

en su interior.

Es la eterna búsqueda del nirvana,

preñada de ausencias,

de pérdidas irrecuperables

entre los atardeceres y las soledades

que cuelgan de los espejos.

Ahora maldigo más que ayer

lo innombrable,

porque la incertidumbre del reloj

me asusta.

Grito algo antipoético

con la urgencia de quien necesita

mucho más que una garganta

para no renunciar a los mañanas

pues nada sería igual sin sus versos.

Hoy escribí un poema impublicable,

son frases inconclusas,

ocultas bajo la luz

a la espera del reencuentro.

A Elena Tamargo


CIUDAD SITIADA

Allí estuvimos todos

que no éramos demasiado

cuando los verdugos

degollaron la ya moribunda poesía

por temor a que en el trópico

amanecieses la libertad

pintada en las nubes

que se les escapan de sus decretos

y no consiguen censurar.

A veces quiero mentir,

pero la lengua me delata,

maldito precipicio

inevitable al vacío

que resiste a las palabras

guardadas para tiempos de claridad.

Enero es mucho más que 59

unas ruinas donde los silencios

insisten en prosperar

porque el olvido es un remedio colectivo.

Soy un animal arqueológico,

no quiero sólo lo más difícil,

quiero lo imposible,

el árbol – ceiba – como refugio,

al que muchos

que tampoco es demasiado

acuden para sembrar ilusiones

que son puente imaginando diálogos

en la penumbra de un lugar

donde el mar hasta hoy

es el único camino.


AGUAS INACABADAS

Un hombre solitario del otro lado del anhelo

con el mar como reposo,

de cara para su ciudad,

pesca los sueños rotos,

pedazos convertidos en los deseos de siempre,

la libertad como derecho,

las calles que un día le pertenecieron.

Él no es un pescador,

tampoco es un vigía,

a pesar de que a mucho tiempo

sólo observa,

calla

y observa nuevamente.

Es simplemente un hombre solitario,

que quiere engañar al tiempo

con su caña tan larga como el silencio

y su insomne anzuelo.

Sabe que el mar no traerá respuestas

que la ciudad existe más allá

de sus ruinas

aunque no sea la misma que añora.

Alza la vara

y la gota de salitre

se confunde con sus lágrimas

coge el pez, único de muchos días.

El solitario hombre que ya no pesca

pues el mar no le alcanza más

en la capital de aguas inacabadas

quizá sea yo o tú,

que lees éste poema

desde el infinito frío de la distancia.

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