EL CUERPO EN PALABRAS
Hoy escribí un poema terrible
a una dama herida
en la profundidad de su existencia
por el destino.
Son letras grabadas en la espalda
de esa mujer
que se niega a interrumpir su andar
dejando sus lágrimas
- huellas innecesarias –
para no perderse entre los vacíos
de esta ciudad húmeda y adoloridas
en su interior.
Es la eterna búsqueda del nirvana,
preñada de ausencias,
de pérdidas irrecuperables
entre los atardeceres y las soledades
que cuelgan de los espejos.
Ahora maldigo más que ayer
lo innombrable,
porque la incertidumbre del reloj
me asusta.
Grito algo antipoético
con la urgencia de quien necesita
mucho más que una garganta
para no renunciar a los mañanas
pues nada sería igual sin sus versos.
Hoy escribí un poema impublicable,
son frases inconclusas,
ocultas bajo la luz
a la espera del reencuentro.
A Elena Tamargo
CIUDAD SITIADA
Allí estuvimos todos
que no éramos demasiado
cuando los verdugos
degollaron la ya moribunda poesía
por temor a que en el trópico
amanecieses la libertad
pintada en las nubes
que se les escapan de sus decretos
y no consiguen censurar.
A veces quiero mentir,
pero la lengua me delata,
maldito precipicio
inevitable al vacío
que resiste a las palabras
guardadas para tiempos de claridad.
Enero es mucho más que 59
unas ruinas donde los silencios
insisten en prosperar
porque el olvido es un remedio colectivo.
Soy un animal arqueológico,
no quiero sólo lo más difícil,
quiero lo imposible,
el árbol – ceiba – como refugio,
al que muchos
que tampoco es demasiado
acuden para sembrar ilusiones
que son puente imaginando diálogos
en la penumbra de un lugar
donde el mar hasta hoy
es el único camino.
AGUAS INACABADAS
Un hombre solitario del otro lado del anhelo
con el mar como reposo,
de cara para su ciudad,
pesca los sueños rotos,
pedazos convertidos en los deseos de siempre,
la libertad como derecho,
las calles que un día le pertenecieron.
Él no es un pescador,
tampoco es un vigía,
a pesar de que a mucho tiempo
sólo observa,
calla
y observa nuevamente.
Es simplemente un hombre solitario,
que quiere engañar al tiempo
con su caña tan larga como el silencio
y su insomne anzuelo.
Sabe que el mar no traerá respuestas
que la ciudad existe más allá
de sus ruinas
aunque no sea la misma que añora.
Alza la vara
y la gota de salitre
se confunde con sus lágrimas
coge el pez, único de muchos días.
El solitario hombre que ya no pesca
pues el mar no le alcanza más
en la capital de aguas inacabadas
quizá sea yo o tú,
que lees éste poema
desde el infinito frío de la distancia.
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