Wednesday, May 5, 2010

Lo que hay detrás del telón



Lo que hay detrás del telón Nuevo Herald

Los residentes de Miami vivimos en una ciudad de dicotomías. Por un lado, existe la disyuntiva entre la calidad de vida y el crecimiento económico. Y por el otro, la tensión entre la preservación y el desarrollo urbanístico.

La propuesta de demoler The Fillmore en el Teatro Jackie Gleason de Miami Beach para erigir un suntuoso hotel que complemente el Centro de Convenciones ilustra estas dualidades y mucho más.

Más, porque responde al mal juicio del gobierno del condado Miami-Dade. Y además, porque en el fondo del proyecto yace la aspiración de traer los juegos de azar a Miami Beach, que de seguro echarían por tierra la identidad de la ciudad balenario y la empobrecida calidad de vida de los residentes.

Comencemos por el contexto. El Centro de Convenciones en La Playa se quedó en la Edad de Piedra. Las instalaciones están avejentadas y no han incorporado la tecnología de punta que requieren muchas exhibiciones. Para modernizarlo, el municipio necesita invertir $100 millones.

Precisamente para absorber los costos de estos megaproyectos existe el impuesto hotelero. No obstante, el Condado se comprometió a otorgar a la Ciudad de Miami Beach $55 millones solamente, dejándole la ardua tarea de buscar el resto. No es que no haya dinero. Como las prioridades están al revés, Miami-Dade ha dado preferencia a los Marlins, una entidad privada y extremadamente lucrativa. Del costo estimado del estadio -- $645 millones -- en La Pequeña Habana al Condado le corresponde $410 millones.

Ahora la ciudad balneario debe vender el alma o al menos eso considera. El único medio para conseguir $45 millones es ofrecer a un urbanizador o a una corporación la oportunidad de construir un hotel en la localidad del teatro, que es una mina de oro por su proximidad al Centro de Convenciones, la Lincoln Road y la majestuosa sede del New World Symphony pronta a inaugurarse.

En el 2006, la ciudad casi sella un pacto con Cirque du Soleil, que planeaba construir un teatro para sus espectáculos, dos hoteles y un enorme club nocturno ¿Para qué invertir aquí $100 millones si tenía cinco teatros en casinos de Las Vegas y uno en Disney?

Desde la perspectiva financiera, lo único que justifica la envergadura de la inversión son los juegos de azar. Para atraer turismo no hay mejor combinación que casinos con entretenimiento nocturno y venta de alcohol. Créanme que quien pague $45 millones en el Centro de Convenciones tendrá en su lista de objetivos las apuestas, así sea un frontón de jai alai.

La industria de los juegos de azar es muy poderosa e influyente en Tallahassee. En esta sesión legislativa, por ejemplo, se aprobó una ley que reducirá en 15 por ciento la tasa de impuestos que pagan los frontones y las pistas de carreras en Miami-Dade y Broward, que ahora también seducen a los apostadores con el tintineo de las tragamonedas.

No es mi problema cómo otros despilfarran los ahorros. Pero el impacto de los juegos de azar va más allá de lo individual, pues trae corrupción al gobierno municipal e incrementa la criminalidad.

Volvamos a las dicotomías. Vivimos en una economía dependiente del turismo y del entretenimiento. Sí, todos estos proyectos traen una infusión multimillonaria a los cofres de la ciudad. No obstante, el espacio en Miami Beach es limitado, e incrementar la densidad crea más tráfico, problemas para aparcar, inmundicia y ruido en barrios residenciales.

Además, la fuente de ingresos más importante para las ciudades es el sostenimiento de los valores de las propiedades residenciales -- y los impuestos de los propietarios --, no la industria hotelera. Al final del día, si se deteriora la calidad de vida, el valor de las viviendas colapsa.

Como somos una metrópolis relativamente joven, parece haber una desconexión sentimental entre la gente y el lugar. A menudo noto una escasa valoración por el patrimonio arquitectónico e histórico que atesoramos. El Jackie Gleason es un icono de Miami Beach que en los años 60 puso al balneario en el mapa del entretenimiento.

Plantar un hotel sobre sus ruinas atenta contra la cultura local y la preservación de la identidad colectiva. Hay cientos de hoteles, pero sólo un Gleason.

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