Bernarda en Teatro Abanico
Por Luis de la Paz
Diario Las Américas Publicado el 09-12-2009
Cuando un director asume una obra muy conocida, como ha hecho Juan Roca con La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, tiene el ojo avizor y acusador del público y la crítica sobre él. Pero precisamente la condición de obra universal permite, a veces, tomarse libertades y convocar mecanismos que proyecten la propuesta hacia otros caminos y nuevas lecturas. Y eso en parte es lo que ha hecho Roca con su Bernarda, ofreciendo un espectáculo donde combina elementos del Kabuki, en cuanto a máscaras, maquillaje y vestuario, armonizando con certeros efectos de luces, para lograr un eficaz programa.
El reestreno tiene sus riesgos, pues la puesta anterior fue muy reciente, apenas el pasado año, por la misma compañía y prácticamente con el mismo elenco, lo que hace que la audiencia la tenga fresca en la memoria. La diferencia la establecen algunas coreografías añadidas y una nueva sala, Teatro Abanico, con un espacio mucho mayor.
Bernarda abre con una exquisita composición, donde música, danza y cuerpos masculinos desnudos, recorren el espacio escénico hasta colocarse los trajes negros, anchas y largas batas, con las que los actores asumen los personajes femeninos de Lorca, dejando al descubierto que los soportes para los vestidos son imponentes cruces. En ese punto comienzan a surgir los parlamentos del poeta granadino.
La casa de Bernarda Alba es uno de los textos más intensos de Lorca. La obra recoge lo que acontece en el interior de una casa, donde las hijas “en edad de merecer” viven encerradas y permanentemente vigiladas por su madre, una mujer implacable y tiránica: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas”, le dice Bernarda a sus hijas. El agobio de las sociedades cerradas y la falsa moral, hacen de esta obra un clásico, y una de las obras de Lorca más representadas.
La disposición del escenario, en formato de teatro arena, brinda una amplia movilidad a los actores, pero le hace perder a la puesta la atmósfera claustrofóbica que Roca logró en su versión anterior, en un espacio reducido, además de obligar al público a mover continuamente la cabeza de un lado a otro, para seguir la acción y a los actores que dan carreritas (quizás demasiadas veces), para salir de escena.
Pero Bernarda ha ganado en armonía y en unidad. El conjunto de actores es convincente y está equilibrado, algo que no ocurrió el pasado año. Roberto Antínoo como Bernarda, calzando enormes plataformas de Drag Queen se eleva por sobre el resto, imponiéndose. En su salida, el día del estreno, pareció algo frío, pero unos minutos después se metió de lleno en su personaje y lo proyectó con soltura y rigor.
El director Juan Roca hace de Poncia, el oscuro personaje con la doble función de empleada de la casa y amiga y consejera de Bernarda, pero que arrastra un pasado oscuro. Roca logra un trabajo preciso como enlace entre las muchachas, a las que les guarda sus secretos y Bernarda, a la que trata de llevar a la cordura.
Si las coreografías diseñadas por Ángel Lucena, le brindan a la obra momentos de gran plasticidad, tanto al abrir el espectáculo, como al cierre, con largas telas que se entretejen entorno a Bernarda, el trabajo de luces, junto al sugestivo vestuario, elaborados por Juan Roca, logran un armonioso programa.
Las hijas de Bernarda, Adela (Ángel Lucena), Martirio (Gregor Ereu), Angustias (Yesler de la Cruz), Amelia (Javier Yanes) y Magdalena (Rubén GóMez), transmiten con el rigor que requieren sus personajes, las intrigas, envidias y celos que caracterizan a estas mujeres que se disputan a Pepe el Romano, que ronda la casa.
El director Roca le imprime al personaje de María Josefa, la madre de Bernarda, interpretado por Paut William, un toque de magia, recitando poemas de Lorca, que calman la intensidad del drama. Aunque William estuvo muy bien, su interpretación en la pasada versión (tal vez por las mismas razones de un espacio más cerrado), fue más efectiva. La misma problemática ocurre con la secuencia, en que aparece el Macho Cabrío, interpretado por Isaniel Rojas (quien también hace el papel de Criada). La distancia entorpece el intenso “roce” alcanzado en el pasado, rompiéndose la magia de su interpretación.
La única mujer en escena es Vivian Morales, haciendo de la mujer adultera, la lujuria, que escandaliza al pueblo. La actriz aparece brevemente, semidesnuda, huyendo, mientras es perseguida por la multitud que reclaman su muerte.
Si el pasado año Bernarda fue considerada una de las mejores puestas, es muy probable que vuelva a gozar del mismo reconocimiento. La merece, como también merece estar en algún festival.
Bernarda, se presenta en Teatro Abanico, 3138 Commodore Plaza, Coconut Grove. Funciones los viernes y sábados a las 9:00 de la noche, y los domingos a las 6:00 de la tarde. Boletos, 25 dólares. Para personas mayores y estudiantes 15. Más información en el (786) 319-1716.
El reestreno tiene sus riesgos, pues la puesta anterior fue muy reciente, apenas el pasado año, por la misma compañía y prácticamente con el mismo elenco, lo que hace que la audiencia la tenga fresca en la memoria. La diferencia la establecen algunas coreografías añadidas y una nueva sala, Teatro Abanico, con un espacio mucho mayor.
Bernarda abre con una exquisita composición, donde música, danza y cuerpos masculinos desnudos, recorren el espacio escénico hasta colocarse los trajes negros, anchas y largas batas, con las que los actores asumen los personajes femeninos de Lorca, dejando al descubierto que los soportes para los vestidos son imponentes cruces. En ese punto comienzan a surgir los parlamentos del poeta granadino.
La casa de Bernarda Alba es uno de los textos más intensos de Lorca. La obra recoge lo que acontece en el interior de una casa, donde las hijas “en edad de merecer” viven encerradas y permanentemente vigiladas por su madre, una mujer implacable y tiránica: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas”, le dice Bernarda a sus hijas. El agobio de las sociedades cerradas y la falsa moral, hacen de esta obra un clásico, y una de las obras de Lorca más representadas.
La disposición del escenario, en formato de teatro arena, brinda una amplia movilidad a los actores, pero le hace perder a la puesta la atmósfera claustrofóbica que Roca logró en su versión anterior, en un espacio reducido, además de obligar al público a mover continuamente la cabeza de un lado a otro, para seguir la acción y a los actores que dan carreritas (quizás demasiadas veces), para salir de escena.
Pero Bernarda ha ganado en armonía y en unidad. El conjunto de actores es convincente y está equilibrado, algo que no ocurrió el pasado año. Roberto Antínoo como Bernarda, calzando enormes plataformas de Drag Queen se eleva por sobre el resto, imponiéndose. En su salida, el día del estreno, pareció algo frío, pero unos minutos después se metió de lleno en su personaje y lo proyectó con soltura y rigor.
El director Juan Roca hace de Poncia, el oscuro personaje con la doble función de empleada de la casa y amiga y consejera de Bernarda, pero que arrastra un pasado oscuro. Roca logra un trabajo preciso como enlace entre las muchachas, a las que les guarda sus secretos y Bernarda, a la que trata de llevar a la cordura.
Si las coreografías diseñadas por Ángel Lucena, le brindan a la obra momentos de gran plasticidad, tanto al abrir el espectáculo, como al cierre, con largas telas que se entretejen entorno a Bernarda, el trabajo de luces, junto al sugestivo vestuario, elaborados por Juan Roca, logran un armonioso programa.
Las hijas de Bernarda, Adela (Ángel Lucena), Martirio (Gregor Ereu), Angustias (Yesler de la Cruz), Amelia (Javier Yanes) y Magdalena (Rubén GóMez), transmiten con el rigor que requieren sus personajes, las intrigas, envidias y celos que caracterizan a estas mujeres que se disputan a Pepe el Romano, que ronda la casa.
El director Roca le imprime al personaje de María Josefa, la madre de Bernarda, interpretado por Paut William, un toque de magia, recitando poemas de Lorca, que calman la intensidad del drama. Aunque William estuvo muy bien, su interpretación en la pasada versión (tal vez por las mismas razones de un espacio más cerrado), fue más efectiva. La misma problemática ocurre con la secuencia, en que aparece el Macho Cabrío, interpretado por Isaniel Rojas (quien también hace el papel de Criada). La distancia entorpece el intenso “roce” alcanzado en el pasado, rompiéndose la magia de su interpretación.
La única mujer en escena es Vivian Morales, haciendo de la mujer adultera, la lujuria, que escandaliza al pueblo. La actriz aparece brevemente, semidesnuda, huyendo, mientras es perseguida por la multitud que reclaman su muerte.
Si el pasado año Bernarda fue considerada una de las mejores puestas, es muy probable que vuelva a gozar del mismo reconocimiento. La merece, como también merece estar en algún festival.
Bernarda, se presenta en Teatro Abanico, 3138 Commodore Plaza, Coconut Grove. Funciones los viernes y sábados a las 9:00 de la noche, y los domingos a las 6:00 de la tarde. Boletos, 25 dólares. Para personas mayores y estudiantes 15. Más información en el (786) 319-1716.
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