MÁS REPRESENTACIÓN QUE LECTURA
Por Olga Connor
Nuevo Herald
Marzo 24, 09.
Esta mujer de la alta sociedad cubana, Catalina Lasa, fue una adúltera a principios del siglo XX y su desafiante historia trascendió hasta ser leyenda. Más aun, para que su memoria no se borrase al morir, el amante, y luego esposo, el hacendado cubano Juan Pedro Baró, le hizo construir un mausoleo de mármol diseñado por René Lalique, en el Cementerio de Colón de La Habana, con una rosa emblemática grabada en el cristal del tragaluz del techo, a través del cual el sol iluminara su embalsamado rostro. La tumba se convirtió en hito turístico en el célebre camposanto.
Con esa anécdota comienza la obra Una rosa para Catalina Lasa, de Rosa Ileana Boudet, que reconstruyó el jueves el grupo del Instituto Cultural René Ariza (ICRA) en Teatro en Miami Studio. Miriam Bermúdez, Carlos Rodríguez, Oswaldo Córdoba y Carlos Pittella, junto a Yvonne López Arenal en el papel de Catalina Lasa, realizaron la obra, dirigida por Eddy Díaz Souza, como parte de una serie que a partir del mes que viene continuará en Havanafama.
Cada vez más las lecturas del ICRA se convierten en representaciones, como si asistiéramos a un ensayo. En este caso reflejó una dimensión funeraria. La muerta recuerda su vida desde su tumba. En ese recuento, Catalina Lasa aparece más como una mujer coqueta que cede a una pasión, que a una enamorada. Es una joven cínica que se burla de la sociedad habanera en la que reside y prefiere París, rechazando a la ”burguesía” de la que proviene.
López Arenal se destaca en este casi monólogo. Pero es el guión el que no satisface, no cumple con el drama escenificado dentro de un montaje tan imaginativo. Se intuye mucho más en ese personaje que la autora no ha trasmitido. La presencia de los otros cuatro actores no tiene justificación, como no sea la de actuar de corifeos o acólitos, pero su ritual es dificultoso. Aun así, el tema interesa sobremanera, especialmente para los que añoran –añoramos– La Habana, y recordamos la casa del Vedado de Catalina Lasa, en la Calle Paseo, de los arquitectos Evelio Govantes y Félix Cabarrocas, con jardines diseñados por Jean C.N. Forester, de paredes exteriores de mampostería teñidas con arena roja del Nilo y florecientes rosas de oro pálido nombradas en honor a la dueña.
Con esa anécdota comienza la obra Una rosa para Catalina Lasa, de Rosa Ileana Boudet, que reconstruyó el jueves el grupo del Instituto Cultural René Ariza (ICRA) en Teatro en Miami Studio. Miriam Bermúdez, Carlos Rodríguez, Oswaldo Córdoba y Carlos Pittella, junto a Yvonne López Arenal en el papel de Catalina Lasa, realizaron la obra, dirigida por Eddy Díaz Souza, como parte de una serie que a partir del mes que viene continuará en Havanafama.
Cada vez más las lecturas del ICRA se convierten en representaciones, como si asistiéramos a un ensayo. En este caso reflejó una dimensión funeraria. La muerta recuerda su vida desde su tumba. En ese recuento, Catalina Lasa aparece más como una mujer coqueta que cede a una pasión, que a una enamorada. Es una joven cínica que se burla de la sociedad habanera en la que reside y prefiere París, rechazando a la ”burguesía” de la que proviene.
López Arenal se destaca en este casi monólogo. Pero es el guión el que no satisface, no cumple con el drama escenificado dentro de un montaje tan imaginativo. Se intuye mucho más en ese personaje que la autora no ha trasmitido. La presencia de los otros cuatro actores no tiene justificación, como no sea la de actuar de corifeos o acólitos, pero su ritual es dificultoso. Aun así, el tema interesa sobremanera, especialmente para los que añoran –añoramos– La Habana, y recordamos la casa del Vedado de Catalina Lasa, en la Calle Paseo, de los arquitectos Evelio Govantes y Félix Cabarrocas, con jardines diseñados por Jean C.N. Forester, de paredes exteriores de mampostería teñidas con arena roja del Nilo y florecientes rosas de oro pálido nombradas en honor a la dueña.
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