Tuesday, September 2, 2008

Rolando Moreno: Fascinación por el teatro.


Foto: Tony Coromer.
5 preguntas a Rolando Moreno

Por Luis de la Paz
Diario Las Américas
08-30-2008

De los teatristas cubanos en Miami, uno de los que más asiduamente está presentando nuevos proyectos es Rolando Moreno. Escenógrafo de primera y hábil director, ya sea enfrentando una obra de los clásicos, de un contemporáneo o de su propia autoría, Moreno no descansa en su afán de hacer buen teatro en Miami. Y lo logra plenamente

1.—¿Cómo se inicia tu relación con el teatro?

—Profesionalmente se inicia en Cuba en 1961. El gobierno promovía la cultura con fines propagandísticos y la flor y nata de la intelectualidad de izquierda vacacionaba gratis en La Habana. Corre-corre, despilfarro y proyectos faraónicos eran ya la tónica dominante y se intentaba llevar teatro hasta el último confín de la isla, pero como no es lo mismo cortar caña que hacer arte, escaseaban los “obreros de la cultura”.

Yo era un adolescente sin mucho que hacer con mi tiempo mientras mi padre tramitaba la salida definitiva del país de toda la familia. Me inscribí en un curso sobre diseño teatral próximo a comenzar en la Biblioteca Nacional. Mi padre muere en un accidente poco tiempo después, los planes de emigrar se aplazan, y a mí me contratan como diseñador del recién creado Teatro Lírico Nacional que tendría su sede permanente en el García Lorca , nuevo nombre que le pusieron al histórico teatro del Centro Gallego que acababan de confiscar y del cual desalojaron sin ningún miramiento a la compañía de Leopoldo Fernández. El vodevil de Trespatines era un espectáculo enormemente popular. Montado a todo meter, se presentaba diariamente después de la proyección de una película de moda. El show se renovaba constantemente según la mejor tradición del ya desaparecido teatro de variedades. Tenía figuras de primer orden, un cuerpo de baile numeroso y bien vestido y una orquesta en vivo. Despampanantes coristas en bikini a veces simulaban ser estatuas de carne bañadas por surtidores de agua que coqueteaban con el kitsch sin el menor recato. Un joven apuesto y melenudo, muy popular entre las pepillas, era el solista de un trío de baile, le decían Pototico, diminutivo cariñoso heredado de su padre, el mítico comediante Leopoldo Pototo Trespatines Fernández. Pues sí, señor, debuté por todo lo alto como diseñador en aquel coliseo que según un cronista del periódico Revolución: “ahora, devuelto al pueblo recobrará su perdido esplendor”. Durante meses trabajé con entusiasmo en la creación de un palacio parisino, un jardín encantado y la réplica del Maxim, además de lujosos trajes de soiré para que Rosita Fornés deslumbrara a los habaneros de entonces con su inolvidable Viuda alegre. Yo no podía creerlo.

2.— ¿Qué es para ti el teatro?

—Fascinación. Fascinación por el teatro y por el mundo del espectáculo en general. Los recuerdos más felices de mi niñez tienen que ver con las funciones que presencié del circo Ringling, los musicales sobre hielo de Sonja Henie en el Teatro Blanquita, los carnavales habaneros, un señor en malla y pantalones bombachos enamorando a una monjita vestida de blanco, mi primer Tenorio. En mi barrio vivía una señora chiflada por el teatro, se llamaba Ester, y estaba casada con un americano adinerado con el que tuvo una hija, Estercita, rubia y de ojos azules. Ester vivía convencida de que la muchachita había venido al mundo predestinada al estrellato y cegada por su amor de madre construyó para ella un teatro en el sótano de su casa con todo y telón de boca. Yo tenía seis o siete años cuando Ester montó Las aceitunas de Lope de Rueda y a mí me tocó interpretar un campesino. Después de un largo intermedio para que la niña se cambiara de vestuario la velada concluyó con la Muerte del cisne bailada en punta por Estercita acompañada por la música de un tocadiscos portátil. Esta cubana soñadora fue sin proponérselo una pionera doméstica de los populares teatros de bolsillo que proliferaron en La Habana años después y donde con alarmante frecuencia presencié montajes no muy superiores a Las aceitunas de Ester.

3.—Acabas de dirigir Lorca con un vestido verde de Nilo Cruz, en una versión extraordinaria. Cuando decides montar una obra ¿cúal es el proceso a seguir?

—El proceso comienza con el texto, por supuesto, sin un buen texto de nada vale intentar el esfuerzo. Luego viene el trabajo de dramaturgia que consiste en fundamentar la obra y adaptarla a las posibilidades de una puesta en escena. Las compañías teatrales privadas se mueven dentro de un marco de limitaciones y dificultades de todo tipo, económicas, técnicas, humanas, y mi reto como director es convertir cada obstáculo en un acto de creación. Desde luego, procuro reunir un elenco lo más competente posible. Y comienzo los ensayos, meses de trabajo agotador que paradójicamente todos asumimos como una gran fiesta, para la mente y el espíritu. Por último, lo más importante, el público. Sin público no hay teatro. Si la gente no se interesa ni paga por ver nuestro trabajo todo el esfuerzo se derrumba, se hace incosteable, y se acaba la fiesta. Y no, amigo Luis, yo no decido montar una obra: si acaso, puedo darme ese gusto una vez al año cuando funciono como productor de mi organización no lucrativa Maroma Players y siempre termino perdiendo hasta la camisa. El resto del tiempo me uno a mis compañeros teatreros que funcionamos un poco como meretrices de lujo esperando para ejercer el oficio la llamada telefónica del cliente que solicite nuestros servicios. Pido perdón a ti y a tus lectores por recurrir al cinismo para no ver el panorama desolador del teatro hispano en una ciudad de emigrantes sin tiempo para los placeres del espíritu y lo inconcebible: ¡nativos hostiles a aprender nuestra lengua! Lo siento, no pienso perder mi optimismo.

4.— ¿Cuál ha sido tu experiencia más placentera (y la más desagradable, si la hubiera) frente a una obra? ¿Tienes alguna anécdota al respecto?

—Una experiencia placentera, eso debe ser en teoría ese tiempo de regocijo entre actores y espectadores que es la esencia del teatro. Siempre que me enfrento a un nuevo montaje mi objetivo es como el de todo creador producir placer a través de la belleza, pero como el teatro es un arte colectivo, y lo que sucede en escena después de abierto el telón está más allá de mis buenas intenciones, a veces el júbilo se vuelve dolor en esas representaciones donde ocurre todo lo que no debió ocurrir. Para colmo, al final de la catástrofe, nunca faltan espectadores entusiastas o amigos consoladores que se acercan a felicitarme. Y yo me muero de vergüenza.

5.—Cuando te llamé para esta entrevista me dijiste que estabas ensayando. ¿En qué nuevo proyecto trabajas?

—Estoy ensayando El médico a palos, la deliciosa farsa de Moliére, con un elenco de lujo que incluye entre otros a Mario Martín, Marcos Casanova, Jorge Hernández y Vivian Ruiz. Será una fiesta para divertirnos todos, público y actores, con un guiño especial pues los personajes remedan algunos arquetipos del vernáculo cubano como el “negrito”, el “gallego” y la “mulata”. Estrenaremos el 10 de octubre en el Teatro Ocho. Yo sé que tú, Luis, no te pierdes un estreno, pero aprovecho esta entrevista que tanto te agradezco para invitar a tus lectores. Para terminar, me gustaría enviar un aplauso simbólico, como testimonio de mi admiración, a cada uno de los integrantes de esa tribu heroica de apasionados artistas cubanos compulsivamente enamorados de la escena.

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